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«La puñalada trapera»

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29.09.2024

«El dolor siempre cumple lo que promete». Germaine de Staël

Mario de las Heras nos relata que: «…parece ser que los Trapera eran uno de las dos familias enfrentadas a finales del s. XV en la ciudad de Úbeda (la otra eran los Aranda). Al más puro estilo de los Montesco y los Capuleto (o de los Montoyas y Tarantos), uno de los Aranda resultó herido en una pendencia y se escondió en la desaparecida iglesia de Santo Tomás cuando se estaba celebrando la misa. Dicen que el de los Trapera le siguió y en medio de la celebración le mató».

Hay otro relato relacionado con el anterior entre los ubetenses para referirse a «puñalada trapera» con los Aranda y los Trapera otra vez como protagonistas. Se cuenta que un obispo visitó la ciudad y en un intento de paz entre las dos familias, uno de los Trapera le propuso a otro de los Aranda recibir juntos al obispo. Pero sucedió que el Trapera observó de algún modo que el Aranda se adelantaba en las atenciones del prelado y, en un arranque de furia, le asestó una puñalada por la espalda y le mató.

Aunque no siempre sea un crimen de acechanza, premeditación y alevosía, la puñalada trapera, o la puñalada por la espalda, se ha relacionado con la traición despiadada. Recordemos la frase: «Et tu, Brute?» —¿También tú, Brutus?, pronunciada por Julio César al ser asesinado a puñaladas… es un símbolo de traición y decepción. O las treinta monedas de plata por las que Judas Iscariote traicionó a Jesús de Nazaret.

El ser humano traiciona y no es un comportamiento aprendido socialmente. El traidor lleva esa inclinación ‘in natura sua’. Las élites económicas y políticas, como conglomerados, traicionan la confianza de las sociedades extrayendo recursos de los contribuyentes, sean activos líquidos o patrimoniales. Las consecuencias son claras: los excluidos de la fortuna.

Fernando Pessoa lo expuso con amargura: «…la paciencia de millones de almas sometidas como la mía al destino cotidiano, al sueño inútil, a la esperanza sin vestigios. Pedí tan poco a la vida y ese mismo poco la vida me lo negó. Un poco de sosiego con un poco de pan y no exigir nada de los otros ni ellos nada de mí. Esto mismo me fue negado, como quien niega la limosna no por falta de buena alma, sino por tener que desabrocharse la chaqueta». Digamos que supo como Antonie Fée: «Hay dolores........

© Periodista Digital


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