Pequeñas f(r)icciones: ¿Un lagarto en cautiverio?
Martín Vizcarra baja de su vehículo, ingresa a su residencia y da un portazo. Luego, cruza la sala y va directo a su oficina. Una vez dentro, vuelve a tirar la puerta, todavía con más fuerza, como si en realidad su intención fuera hacerla añicos. Camina hasta su escritorio, lo bordea y se deja caer sobre la silla. Sin advertirlo, su pierna derecha empieza a moverse, mientras su respiración se acelera. Luego, inclina el cuerpo hacia atrás y concentra su mirada en el techo recién escarchado. En ese momento, su esposa ingresa a la oficina. Alarmada por el doble portazo —por lo general sus molestias daban para uno—, dejó de navegar sin rumbo por la Internet, abandonó la laptop sobre su cama y salió de la habitación en busca de Vizcarra, y sobre todo, de la razón de tanta contrariedad. Al ver a su esposo, cabizbajo y meditabundo, sintió una leve molestia en el pecho. Sin embargo, no era la primera vez que lo encontraba últimamente, como diría Bryce y en contraste con lo que suele mostrar en sus tiktoks, “dándole pena a la tristeza”.
—¡Martín! —dice la esposa, con necesaria y calculada fuerza—. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás así?
—¿Así cómo? —le responde sin mirarla.
La esposa posa los dos puños sobre sus caderas. Pone el rostro de lado.
—¡Martín! Por favor, mírame cuando te estoy hablando.
Vizcarra tarda todavía unos dos o tres interminables segundos, antes de enganchar con sus ojos.
—Ahora dime —continúa la esposa—, ¿qué ha pasado?
Vizcarra se reinclina hacia adelante y apoya los codos en las braceras de la silla. Todo sin dejar de mirar a su esposa.
—¿Te acuerdas que el abogado nos dijo que había un colaborador eficaz en mi contra?
—Bueno —dice ella—, me acuerdo que había un colaborador que estaba dispuesto a contarlo........
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