Pequeñas f(r)icciones: Dina y el realismo trágico
El mismo día, y muy probablemente a la misma hora —hay que considerar la diferencia de los husos horarios—, la presidenta Dina Boluarte, desde Suiza, y el ministro del Interior, Juan José Santiváñez, aquisito nomás, daban sendas declaraciones sobre la realidad nacional. Mientras que Boluarte, entusiasmada, describía al mundo las bondades de un idílico lugar llamado Perú —entiendo yo, Perú, Nebraska—; Santiváñez informaba, con la misma tranquilidad de quien está contando un cuento infantil y como si con él no fuera la cosa, una verdadera primicia: la Policía carece de las armas y los efectivos suficientes para enfrentar a la delincuencia.
¿Cómo explicar esta colisión de miradas ante un mismo país de estudio? Es rigurosamente cierto que la filosofía considera a la realidad como ambigua y pasible de diversas interpretaciones, pero, ¿no es verdad que hasta ese ejercicio deductivo tiene un límite? ¿Se trata, acaso, de un reto intelectual que Boluarte le hace a la ontología? Dicho de otro modo, ¿what the hell is going on?
Estas mismas preguntas, o al menos bastante similares, se las hizo toda la comitiva oficial que viajó junto con Boluarte. Sin embargo, solo uno de sus integrantes se atrevió a tocarle el tema a la propia presidenta. Y lo hizo, claro, de la manera más diplomática posible.
El avión presidencial acaba de despegar del aeropuerto internacional de Zúrich. La presidenta Boluarte observa, apenada, como se aleja cada vez más de la tierra de los chocolates y de los Rolex. Un gesto melancólico aparece en su rostro antes de dar el último vistazo a ese grupo de edificios y casas que se van empequeñeciendo a velocidad de crucero. Un par de minutos después, se apagan las........
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