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El Nosferatu de Lince

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27.01.2025

Fui al Cinépolis a ver Nosferatu y me encontré con Rodolfo Sattui. No tiene nada de raro encontrarse con alguien en el cine. Lo inusual es tropezarse con alguien que ya está muerto.

El deceso de Sattui, debe aclararse, nunca fue comprobado. Un día del año 2008 simplemente desapareció. Hubo rumores de una ceremonia esotérica privada en las alturas del Morro Solar, versión que nadie confirmó o negó. Lo cierto es que hace años que las luces del Cristo del morro ya no encienden.

Su presencia espectral alborotaba la Lima de los años 50, cuando la capital andina se creía París y la gente, por contagio, parecía más interesante. Sattui frecuentaba los cafés de moda en calidad de dandy culto, que al mismo tiempo arrastraba una densidad oscura, propia de pactos inmortales.

Adornaba su elongada estatura —de joven debe haber rozado los dos metros— con un copete de cabello negro azabache que enfatizaba una estampa aristocrática autoinducida. Él disfrutaba que lo creyeran conde. O condenado. Con su pose y gracia alimentaba las versiones que lo daban por hematófago. Es decir, vampiro.

Sattui era espiritista y pianista. El teclado era su camino al más allá, Chopin su transporte a los confines de la vida. “La gente no muere”, decía él, “desencarna”. Y ahora, aparentemente reencarnado, lo........

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