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Antes todo esto era Internet

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18.11.2024

18/11/202418/11/2024 Imagen de Wikimedia Commons

En estos días de éxodo masivo de Twitter –sí, nunca la llamaremos X y menos ahora, porque, ¿para qué? –, he sentido por fin la orfandad. Dejar de sentir pertenencia es algo que no sé si nos podemos permitir en estos días. Tal vez apostamos mal en qué sitios construir o integrarnos en una comunidad. Se nos rompió Twitter, de tanto olvidarnos que nunca fue nuestro. Trato de concentrarme en la solución posible pero la migración hacía Bluesky me pilla mayor. Me siento cansada –y a la vez estoy obligada, en parte por mi trabajo– para abrazarla con entusiasmo y empezar de cero en otra red, como los usuarios de Vine hicieron al mudarse a Tik Tok: cambiarse de casa juntas para ver de la mano la caída de la anterior. Y demasiado apegada a lo que significó Twitter en mi vida como para abandonarla como hicimos con Facebook, con la alegría de la independencia de la mayoría de edad, hasta hacer que pareciera un parque de atracciones abandonado de los setenta. Cuidado con su revival porque también vendrá. En realidad parece que me río pero estoy triste y más sola. Triste como con T de orfandad, sola con D de duelo.

Justo estos días leía una columna demencial y mientras la leía fantaseaba en paralelo con las risas y los análisis, el puro hate también, que se debían estar cociendo en mi parte de Twitter. Fui para allá como si fuera 2020, y no, allí no pasaba nada. Solo encontré comentarios laudatorios de este personaje y su columna. Mi grupo de amigos ya no estaba allí. Y si yo bajaba a jugar, no me encontraría a nadie. Me acordé entonces del Polígono 38.

El Polígono 38 era una zona gris –si no me diera........

© Público


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