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¿El principio del fin del régimen colonial israelí? 

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02.08.2024

02/08/202401/08/2024 Un edificio derribado en Gaza por las fuerzas armadas israelís.- Europa Press

Desde el pueblo palestino y numerosos ámbitos del Sur Global hasta la propia prensa israelí e intelectuales judíos israelíes críticos, cada vez son más los argumentos y los datos que indican que el proyecto sionista-israelí es más insostenible que nunca. Entre otras personas, en los últimos meses ya lo han explicado Ilan Pappé o Haidar Eid. En medio del horror del genocidio de Gaza, quizá haya esperanza a medio-largo plazo. Una esperanza de que entre el río y el mar no haya apartheid ni genocidio y de que todas las personas –sean judías, cristianas, musulmanas o de ninguna religión– tengan los mismos derechos. Y eso implica el fin del régimen colonial israelí y del sionismo que lo creó y lo mantiene, es decir, la descolonización de Palestina.

Israel es un régimen de colonialismo de asentamiento y la historia del siglo XX nos enseña que algunos de estos regímenes perduran, pero otros desaparecen

La explicación de lo que estamos viendo en Gaza no se retrotrae al 7 de octubre de 2023 ni tampoco a dos milenios atrás. Y aunque se ubique en la denominada Tierra Santa y diferentes actores utilicen distintas religiones como elemento legitimador y movilizador, no es un problema religioso. Es una cuestión política y colonial contemporánea que comienza a finales del siglo XIX, cuando surgió en Europa y con mentalidad racista eurocéntrica el movimiento sionista, una forma de colonialismo de asentamiento. El objetivo principal de las heterogéneas variantes del colonialismo de asentamiento es el establecimiento por parte de Estados o grupos de colonos –sobre todo europeos, pero no únicamente– de una sociedad o patria colonial propia segregando, desplazando y eliminando a la población nativa o a su mayor parte. Para el gran referente de los estudios de colonialismo de asentamiento, el historiador y antropólogo australiano Patrick Wolfe, en este modelo de colonialismo, la "invasión es una estructura, no un acontecimiento" y la clave es la "lógica de la eliminación" del nativo. Es decir, en diferentes épocas y desde distintos lugares, los colonos viajan sin billete de vuelta, se apropian de los medios de producción e intentan sustituir a la población indígena con el respaldo de un poder imperial. En el caso sionista-israelí, el principal objetivo era y es conseguir el máximo de territorio posible con el mínimo de población nativa palestina posible, propósito para el que contó con el apoyo imperial y capitalista británico, en primer lugar, y con el soporte imperial y capitalista estadounidense, posteriormente. Sin embargo, es evidente que el poder geopolítico estadounidense ya no es lo que era y que progresivamente se irá reduciendo.

Los modelos de colonialismo de asentamiento modernos y contemporáneos más estudiados, sin olvidar que existen otros y con una gran diversidad interna, han sido los de Australia, Canadá, Estados Unidos, Israel, Nueva Zelanda y Sudáfrica. A modo de ejemplo, el colonialismo de asentamiento llegó a la actual isla australiana de Tasmania a principios del siglo XIX. Entre 1876 y 1905, con el fallecimiento de Truganini y de Fanny Cochrane Smith, respectivamente, las últimas personas indígenas de Tasmania fueron exterminadas y las entre cinco y dieciséis lenguas que llegaron a hablar los pueblos nativos de Tasmania desaparecieron. El colonialismo de asentamiento había triunfado: había creado una nueva sociedad colonial blanca eliminando al nativo. En Estados Unidos y Canadá, la historia del colonialismo de asentamiento es más conocida; la combinación de esclavitud y capitalismo racial junto al genocidio, asimilación, política de reservas contra los pueblos indígenas permitió la construcción y consolidación nacional estadounidense y canadiense. No obstante, como en Palestina, la mayoría de los medios de comunicación de masas y de las películas del Norte Global han narrado la historia desde el punto de vista del colono blanco; no del nativo indígena. El "indio", el colonizado, ha sido representado de manera racista y monolítica como un salvaje opuesto al colono, portador de la civilización. Aquí es inevitable recordar el proverbio africano difundido por el escritor nigeriano Chinua Achebe: "Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de caza siempre glorificarán al cazador".

Lo cierto es que, aunque se les haya negado "el permiso de narrar", como escribió el intelectual palestino Edward Said, o el "poder hablar", en términos de la académica de la India Gayatri Spivak, los pueblos nativos y el Sur Global en general no sólo tienen sus propias y propios historiadores, sino que han escrito y han protagonizado historias triunfantes frente al colonialismo de asentamiento. Fue el caso, en la segunda mitad del siglo XX, de Argelia y de Sudáfrica. En el primer contexto, la colonización francesa de Argelia entre la década de 1830 y 1962 incluyó un tipo de colonialismo de asentamiento pied-noir que se combinaba con el colonialismo de metrópoli francés. La población blanca ostentaba de privilegios jurídicos al tiempo que discriminaba, subyugaba y sometía a la mayoría indígena musulmana árabe y amazigh. Pero donde hay colonialismo, hay resistencia. El pueblo nativo argelino puso en marcha innumerables formas de resistencia anticolonial desde el siglo XIX. En la última fase, protagonizada a partir de 1954 por el Frente de Liberación Nacional (FLN) y su brazo armado, el Ejército de Liberación Nacional, el intento pied-noir y del imperio francés de impedir la descolonización argelina provocó que la liberación costara al pueblo indígena, según los estudios, entre cientos de miles y más de un millón de víctimas mortales. Aquí deben incluirse los en torno a dos mil asesinatos cometidos la Organización del Ejército Secreto (OAS), organización de ultraderecha colonialista fundada por militares franceses y pied-noir en 1961 en Madrid, que, en ese momento, durante la dictadura franquista, constituía un hub neofascista mundial. Además de crímenes brutales, la OAS quemó la biblioteca de la Universidad de Argel destruyendo entre 112.000 y 500.000 libros y obras de incalculable valor. Se trató de un episodio epistemicida de "bibliocausto" y genocidio cultural como anteriormente habían protagonizado los Reyes Católicos y el Cardenal Cisneros en la Granada de 1499/1500, la Monarquía Hispánica en Yucatán en 1562, el nazismo en 1933, el SEU fascista en Madrid en 1939 o Israel en 1958, que destruyó 27.000 libros palestinos por su "inutilidad" o "ser una amenaza para el Estado". Y, además, hay que tener en cuenta que los imperios y los colonos suelen cometer sus mayores atrocidades contra las personas y contra el patrimonio cultural, como estamos siendo testigos en el actual genocidio de Gaza, en las últimas fases de sus proyectos coloniales. Pero muchos de estos llegan a su fin, como es el caso de Argelia, de Sudáfrica y, quizás, a medio-largo plazo, Israel.

El colonialismo de asentamiento bóer en Sudáfrica se inició entre los siglos XVII y XVIII y se intensificó en el siglo XIX llegando a crear varios Estados propios durante décadas, como la República de Transvaal o el Estado Libre de Orange. La mayoría de los bóeres procedían de los Países Bajos y eran calvinistas, aunque también eran originarios de otros territorios europeos. Como en gran medida en la Norteamérica anglófona y francófona, y como en el caso sionista, numerosos colonos bóeres escaparon de la discriminación religiosa en Europa para crear una patria propia con ideales providencialistas en territorios extraeuropeos. En el caso bóer, las relaciones con el Imperio Británico y su presencia en forma de colonialismo de metrópoli en el sur africano fueron complejas y cambiantes, dándose desde la permisividad hasta el enfrentamiento militar. A principios del siglo XX, los bóeres aceptaron la preeminencia británica mientras consiguieron promover la instauración, en la década de 1910, de las primeras leyes racistas de apartheid ("segregación" o "separación" en afrikáans, la lengua bóer) contra la población no blanca mayoritariamente negra, algo que se extendería por múltiples ámbitos y esferas jurídicas a partir de 1948 con el "gran apartheid".

La organización más célebre que combatió el apartheid sudafricano fue el ANC (Congreso Nacional Africano, en sus siglas en inglés) de Nelson Mandela. Madiba estuvo hasta 2008, cuando contaba con 90 años, en la Lista de Vigilancia de Terroristas de Estados Unidos. Como en numerosos contextos del Sur Global, la lucha anticolonial combinó resistencia no-violenta y resistencia armada, y el propio Mandela cofundó el brazo armado del ANC, uMkhonto we Sizwe (Lanza de la Nación o MK). Entre otras operaciones a lo largo de sus 32 años de existencia, esta guerrilla anticolonial fue responsable de sabotajes, detonaciones de explosivos en bancos, comisarías y refinerías, ejecuciones y víctimas colaterales de acciones armadas –unas 130 personas entre 1976 y 1986– o de ataques con coche bomba como el de la Church Street de Pretoria, en el que murieron 19 personas el 20 de mayo de 1983. Y en este contexto es fundamental entender que la combinación de la lucha interna no-violenta y armada y el éxito de tres décadas de campaña de Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS) consiguieron acabar con el apartheid sudafricano. Aunque este había pretendido desviar la presión internacional creando reservas indígenas –denominadas bantustanes– en los que la población nativa podía elegir a sus autoridades colaboracionistas, nadie lo aceptó. Era inadmisible que la solución pasase por el reconocimiento internacional de guetos o megaprisiones inconexas en una parte mínima del territorio mientras se mantenía el régimen colonial de apartheid; por eso, Mandela se negó a ser liberado de la cárcel para ir a un bantustán y así legitimarlo, y por eso, la solución de los dos Estados en Palestina es colonial, injusta, inútil e inviable. El sistema de apartheid sudafricano y el sistema de apartheid israelí se crearon en 1948. Eso significó que se establecieron cuando empezaba la mayor oleada descolonizadora del siglo XX, por lo que su sostenibilidad era difícil. En este sentido, hace más de 20 años, el historiador judío británico Tony Judt escribió que "Israel es un anacronismo". Y como en Sudáfrica, ahora más que nunca, en medio del genocidio de Gaza, hay que poner fin al régimen colonial de apartheid y que todas las personas, sean judías, cristianas, musulmanas o de ninguna religión, tengan los mismos derechos entre el río y el mar.

La sociedad judía israelí está descompuesta y ya antes del inicio del genocidio de Gaza gran parte temía una guerra civil dentro de Israel

Uno de los problemas que mayores enfrentamientos ha generado a la sociedad judía israelí es el conflicto entre personas religiosas y no religiosas. Ya fue una paradoja antes de la creación del Estado de Israel y puede expresarse de esta manera: aunque la mayoría de los históricos líderes sionistas no creían en dios, sí creían que dios les había dado la tierra –o, mejor dicho, defendían y difundían esta última idea–. Ni el sionismo ni Israel representaban ni representan al judaísmo, pero necesitaron y necesitan utilizarlo como su principal elemento legitimador. En esta línea, Zeev Sternhell –académico judío israelí experto en fascismo que en 2014 advirtió de "signos de fascismo en Israel" y que el rechazo a Israel se explicaba por su índole colonial, no por judeofobia– consideró que "la Biblia ha sido el argumento supremo del sionismo", algo que también estudió magistralmente, entre otras personas, el profesor palestino Nur Masalha en La........

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