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La batalla perdida contra la corrupción
A lo largo de su historia, Bolivia ha enfrentado persistentemente el flagelo de la corrupción. La revisión de los libros de historia revela que este fenómeno ha sido una parte arraigada de la estructura tanto pública como económica del país. Alcides Arguedas, en particular, arroja luz sobre esta realidad con dos frases elocuentes. En primer lugar, señala que la mayoría de aquellos que ocupan cargos públicos tienen un único propósito: enriquecerse rápidamente y sin escrúpulos. En segundo lugar, describe a Bolivia como una nación tumultuosa, poblada por individuos cínicos cuya principal preocupación es el saqueo de los recursos públicos.
En los últimos años, los corruptos se han vuelto más agresivos y desvergonzados, llegando incluso a amenazar a quienes intentan denunciar sus actividades ilícitas. Esta actitud, similar a la de una rata acorralada, se debe en parte a la impunidad que ha prevalecido como norma. Los corruptos no sólo se sienten molestos ante las denuncias, sino que también recurren a ataques mediáticos para silenciar a sus acusadores. Esto ha creado un clima donde las denuncias rara vez avanzan y los acusados a menudo quedan absueltos sin consecuencias, incluso cuando las investigaciones llegan a las instancias judiciales o del Ministerio Público.
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© Los Tiempos
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