Doña Rita, el hípster y la turismofobia
Una de las plagas contemporáneas más idiotas es la de los hípsters. Comenzó en la carretera con tipos como Jack Kerouac, la versión norteamericana de Rimbaud, es decir, como la Coca Cola respecto a un vino de Burdeos. Son burgueses que odian ser burgueses, por lo que se dedican a intentar vivir como si no fueran burgueses y denigrándolos, aunque no pueden vivir a más de treinta kilómetros de un centro comercial burgués porque colapsan sin leche de soja, albóndigas de tofu y muebles de Ikea. De vez en cuando, huyen del asfalto y la contaminación (así llaman a las ciudades) y se plantan en mitad de las Alpujarras como si fueran Gerald Brenan resucitado. Pero tras deleitarse con la contemplación del Mulhacén y el Veleta sacan a hurtadillas el móvil para ver si tienen cobertura 5G. Si sí, respiran aliviados. Si no, y a la altura de Cádiar y Torvizcón suele pasar que no, elevan su Apple o Samsung al cielo agitándolo como si estuvieran saludando a Pachamama.
Dicen adorar a la "gente del campo", una visión idealizada y bucólica de lo que ellos piensan que es un campesino o un pueblerino de toda la vida, aunque en el fondo los temen y los desprecian a partes iguales: el tipo de aldea sí que está en contacto directo con la naturaleza, es primitivo y salvaje, rudo y directo, de una manera que les ofende. El pueblerino es antiguo, el hípster es vintage. Por supuesto, Rimbaud, que era primitivo y salvaje, rudo y directo, como de papel de estraza, se mearía en nuestros hípster de papel couché.
Uno de los rasgos más definitorios del hípster es que no soporta el turismo. Al menos, lo que se considera turismo de masas, porque él se ve a sí mismo como un turista de élite. No de élite económica,........
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