Apenas queda una semana para que se despeje la incógnita de quién será el próximo presidente de Galicia. Nadie cuestiona a estas horas de la campaña que el Partido Popular ganará las elecciones con una mayoría abrumadora. Por otro lado, Sánchez, al frente de su frente, se resigna a que el Bloque Nacionalista Gallego adelante al Partido Socialista Obrero Español, una circunstancia que daría por buena siempre que el sumatorio de ambas fuerzas, con alguna adición eventual, les permitiera acceder al Gobierno. La murocracia socialista consiste en aceptar displicentemente que en los territorios históricos de Cataluña, País Vasco, y, en una mera hipótesis, Galicia, el socialismo del fundador Pablo Iglesias quede reducido a una muletilla del nacionalismo destituyente. Todo por el poder central.

Sánchez ha desplegado el cartón del Monopoly nacional y sabe que para ganar la partida, que no es otra que La Moncloa, tiene que ceder territorialmente, consintiendo con sus votos que fuerzas centrífugas y disolventes puedan gobernar en determinadas Comunidades Autónomas. El "do ut des" del utilitarismo socialista no es más que la expresión inequívoca de la decadencia de un partido que solo puede aspirar a conmutar votos a cambio de poder.

Galicia, País Vasco y Cataluña, junto a Andalucía, conformaron en el proceso germinal de la etapa constituyente, el núcleo de las Comunidades autónomas privilegiadas con un carril de aceleración para acceder a la plena autonomía prevista en la Constitución y en sus respectivos estatutos. Como valor orientativo, las tres Comunidades Autónomas representan hoy en día aproximadamente un tercio del producto interior bruto de España. A esta ecuación de tres factores, en los últimos años, se ha sumado Navarra, donde ha permeabilizado un sentimiento de mimetizacion del nacionalismo vasco. Entre el cambio generacional y la desidia de ciertas instituciones, una parte de la sociedad navarra ha renunciado culturalmente a sus raíces, por mor de una entelequia ahistórica como es el mito de Euskal Herria.

Pues bien, hace un siglo en un momento de profunda crisis, los nacionalismos incipientes de los tres territorios gestaron un sueño, a partir del Desastre de 1898. Más que una nación moribunda, según la famosa expresión de lord Salisbury, España era, por aquel entonces, una nación cuestionada por el ascenso de los nacionalismos periféricos, en especial el catalán y el vasco (el galleguismo se encontraba aún en la fase regionalista y no dio el salto al nacionalismo hasta los años 1916-1918), y, cuando el Estado-nación es débil, los movimientos secesionistas crecen espontáneamente. La historia se repite.

En 1923, fuerzas nacionalistas de los tres territorios firmaron un "Pacto de amistad y alianza entre los patriotas de Cataluña, Euskadi y Galicia" en el que se reclamaba el "derecho de las tres naciones a disponer libremente de los propios destinos y a vivir según un régimen de plena soberanía política". Para ello, afirmaban su voluntad de "conquistar la libertad nacional" mediante "el derecho a la apelación heroica" y, en caso necesario, "mezclar la sangre en el sacrificio", en clara alusión al recurso a la violencia para alcanzar la independencia. Más tarde, el 25 de julio de 1933, día de Galicia, se elaboró el Pacto de Compostela, acta fundacional de Galeusca, escrito en gallego por Alexandre Bóveda. Las organizaciones firmantes fueron el PNV, el Partido Galleguista, Ultreya, Palestra, Acció Catalana Republicana y Unió Democrática de Catalunya. Una semana más tarde, en Bilbao, se sumaron al pacto ANV, la Esquerra y la Lliga Catalana. Con ellos se habían adherido casi todas las fuerzas nacionalistas de los tres territorios, quedando tan sólo al margen dos pequeños grupos radicales e independentistas (Nosaltres Sols y el Partit Nacionalista Cátala), al contrario de la Triple Alianza de 1923.

Después de varios decenios de inactividad, con algunos conatos en el exilio durante el franquismo, la Galeusca política reapareció en 1998 con la Declaración de Barcelona, rubricada por Convergencia Democrática de Catalunya (Esteve), Unió Democrática de Catalunya (Sesmilo), el PNV (Arzalluz) y el Bloque Nacionalista Galego (Beiras). Su manifiesto fundacional sostiene que "al cabo de veinte años de democracia continúa aún sin resolverse la articulación del Estado español como plurinacional" por la "falta de reconocimiento jurídico-político, e incluso de asunción social y cultural de nuestras respectivas realidades nacionales en el ámbito del Estado", y propugna "una nueva cultura política (...) que refuerce la idea de su plurinacionalidad". Dicha Declaración iba acompañada de un Texto de trabajo, cuyo contenido era mucho más radical pues abogaba por "superar la fórmula autonómica por cuanto es una carta otorgada" y por "configurar un Estado plurinacional de tipo confederal", que reconozca la soberanía de las naciones catalana, vasca y gallega.

Pues bien, lo que era una utopía emocionalmente identitaria, se ha convertido en una suposición factible. Tras cincuenta años de avance del nacionalismo catalán y vasco, sin una ofensiva cultural enérgica que contrarrestase esa progresión, han conseguido abarcar el poder territorial de manera estructural, activando los mecanismos propios de la identificación nacionalista: el victimismo pasado y presente, y la superioridad congénita respecto al resto de territorios de nuestro país. Cuando nació Galeusca, a principios del siglo XX, había una mera pretensión ensoñadora que distaba mucho de la España autonómica actual, descentralizada como ninguna en Europa y con el nacionalismo institucionalizado. Imagínense que, por el albur de unos pocos votos, Galicia pudiese caer en manos del nacionalismo gallego, auspiciado por el telonero socialista. A su manera, parte del sueño de Galeusca se habría cumplido. Pero solo una parte. Si se produjese la coincidencia, las urnas no lo quieran, de que las tres Comunidades Autónomas fuesen gobernadas por nacionalistas, Galeusca, de un modo u otro, habría renacido con la venia del peor socialismo español. Y un frente de acción de las tres regiones en busca de un nuevo modelo de Estado, con Sánchez de presidente del Gobierno, podría ser algo más que una mera presunción. Por eso, se juega mucho en las elecciones gallegas. Más de lo que algunos piensan solo en términos de conservación del poder. Y hay que estar a la altura de las circunstancias históricas. Esperemos.

QOSHE - Un siglo de Galeusca - Mario Garcés Sanagustín
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Un siglo de Galeusca

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09.02.2024

Apenas queda una semana para que se despeje la incógnita de quién será el próximo presidente de Galicia. Nadie cuestiona a estas horas de la campaña que el Partido Popular ganará las elecciones con una mayoría abrumadora. Por otro lado, Sánchez, al frente de su frente, se resigna a que el Bloque Nacionalista Gallego adelante al Partido Socialista Obrero Español, una circunstancia que daría por buena siempre que el sumatorio de ambas fuerzas, con alguna adición eventual, les permitiera acceder al Gobierno. La murocracia socialista consiste en aceptar displicentemente que en los territorios históricos de Cataluña, País Vasco, y, en una mera hipótesis, Galicia, el socialismo del fundador Pablo Iglesias quede reducido a una muletilla del nacionalismo destituyente. Todo por el poder central.

Sánchez ha desplegado el cartón del Monopoly nacional y sabe que para ganar la partida, que no es otra que La Moncloa, tiene que ceder territorialmente, consintiendo con sus votos que fuerzas centrífugas y disolventes puedan gobernar en determinadas Comunidades Autónomas. El "do ut des" del utilitarismo socialista no es más que la expresión inequívoca de la decadencia de un partido que solo puede aspirar a conmutar votos a cambio de poder.

Galicia, País Vasco y Cataluña, junto a Andalucía, conformaron en el proceso germinal de la etapa constituyente, el núcleo de las Comunidades autónomas privilegiadas con un carril de aceleración para acceder a la plena autonomía prevista en la Constitución y en sus respectivos estatutos. Como valor orientativo, las tres Comunidades Autónomas........

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