Probablemente Pedro Sánchez ha canturreado alguna vez esa canción de Sabina que comienza así: "Más vale que no tengamos que elegir entre el olvido y la memoria". Quien había hecho de la memoria un culto propio, ahora, por mero interés de oportunidad política, ha apostado por el olvido. En Sánchez, la memoria hasta ahora era el resultado de un proceso de selección determinado por su sistema de creencias. Quiso hacer creer a una generación de españoles, y algunos cayeron embaucados en la trampa, que los individuos que componen actualmente la nación española pueden recordar acontecimientos que se produjeron antes de su propia existencia y seleccionó los ecos de esos recuerdos para acomodar su historia deseada al acervo de sus aspiraciones nemotécnicas. Así fue con la Guerra Civil, en un ejemplo de construcción de país sobre la base de una pasado pensado a partir de una memoria saturada y a la medida del que pretende hacer recordar.

Es más, se ha llegado a dar la paradoja de que hay españoles que recuerdan lo que no vivieron y han llegado hasta a olvidar aquello que creyeron vivir. De hecho, los grupos humanos, cabalmente, solo podrían olvidar el presente, nunca el pasado. A partir de allí, el socialismo de las últimas décadas fraguó dos conceptos impertinentes en una mera interpretación lógica: memoria histórica y memoria colectiva. Historia y memoria son dos conceptos incompatibles ontológicamente, porque la memoria es percepción desde la subjetividad, mientras que la historia es el ejercicio de la captación de los hechos acontecidos desde la objetividad de las fuentes y de los testimonios. Ni qué decir tiene de la memoria colectiva, porque la memoria es singular o no lo es. Mi memoria es mía, privativa y exclusiva, y no la comparto con nadie como nadie puede compartir su memoria conmigo. Otro ejercicio de colectivización basado esta vez en la emocionalidad retrospectiva.

Si hasta ahora el Partido Socialista Obrero Español había amasado la historia del siglo XX, entre verdades a medias y mentiras interesadas, en las últimas semanas ha vuelto a agitar la corteza prefrontal del cerebro, y del hipocampo de Ferraz han emergido dos nuevas revisiones del pasado inmediato, las que afectan al levantamiento en Cataluña y a las relaciones con EH Bildu. En el primer caso, Pedro Sánchez, siguiendo el ejemplo del rey Enrique IV en 1598, ha impulsado una proposición de ley al más viejo estilo del edicto que el monarca francés promulgó para poner fin a las Guerras de Religión que habían desgarrado a Francia en el siglo XVI, y cuyo punto culminante fue la Matanza de San Bartolomé. El primer artículo es un artículo de amnistía que ponía fin a la guerra civil: "Que la memoria de todos los acontecimientos ocurridos entre unos y otros tras el comienzo del mes de marzo de 1585 y durante los convulsos precedentes de los mismos, hasta nuestro advenimiento a la corona, queden disipados y asumidos como cosa no sucedida. No será posible ni estará permitido a nuestros procuradores generales, ni a ninguna otra persona pública o privada, en ningún tiempo, ni lugar, ni ocasión, sea esta la que sea, el hacer mención de ello, ni procesar o perseguir en ninguna corte o jurisdicción a nadie. Prohibimos a todos nuestros súbditos de cualquier estado y calidad que sean que renueven la memoria, ataquen, resientan, injurien ni provoquen uno a otro por reproche de lo que ocurrió por cualquier causa y pretexto que sea, disputen, impugnen querellen ni ultrajen u ofendan de hecho o de palabra, sino que se contengan y vivan apaciblemente juntos como hermanos, amigos y conciudadanos, so pena a los contraventores de ser castigados como infractores de la paz y perturbadores del reposo público". Así es en nuestros días y en nuestro país.

Ha quedado escrito insistentemente que el propósito que persigue Sánchez no es un objetivo virtuoso desde el punto de vista ético, sino que es un propósito conveniente para él desde el punto de vista de la oportunidad política, entendida la política española como una actividad plebiscitaria y murocrática donde basta con sumar la mayoría más uno, sin escatimar ningún esfuerzo. Pedro Sánchez ha hecho suyo el discurso de que la amnistía permite comenzar un nuevo ciclo de convivencia, fundar una comunidad política, evitar la reiteración de la lucha y los agravios, impedir la cadena infinita de la venganza, favorecer la reconciliación. Nada más lejos de la realidad. Más allá de que no existe ni reconciliación ni deposición de posiciones irredentistas, la mera conversión de una cuestión de alcance jurídico-penal en un asunto trascendente de ámbito político es una demolición en toda la regla de la institución liberal de la separación de poderes.

Sin embargo, el llamado al olvido de la proposición de ley que previsiblemente se aprobará, no borra el pasado ni lo da por no ocurrido. Como tampoco la nefanda alianza de Sánchez con EH Bildu provocará la amnesia de una gran parte de la sociedad española, que ni quiere ni puede olvidar. Sánchez dirá que no olvida, y les hará decir a sus gregarios que digan que no olvidan. Pero estoy convencido de que si estuviese en su mano, decretaría borrar la memoria de lo que ocurrió. El Partido Socialista del Olvido Español hizo y hace de la memoria de los muertos y de las víctimas de la Guerra Civil una de sus razones de ser. En cambio, banaliza y mercantiliza la memoria, hasta convertirla en una mercancía reificada, cuando se trata de las víctimas de la banda terrorista ETA. La cultura de la memoria se ha acabado convirtiendo en una técnica sesgada y manipulada de inhibición de una parte del pasado que no interesa. La del terrorismo. En esa industria cultural del pasado socialista, la memoria se ha convertido fulminantemente en olvido. Un olvido que para muchos de nosotros, como titulaba Benedetti en un poemario, "está lleno de memoria".

QOSHE - Guía socialista para el olvido - Mario Garcés Sanagustín
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Guía socialista para el olvido

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21.12.2023

Probablemente Pedro Sánchez ha canturreado alguna vez esa canción de Sabina que comienza así: "Más vale que no tengamos que elegir entre el olvido y la memoria". Quien había hecho de la memoria un culto propio, ahora, por mero interés de oportunidad política, ha apostado por el olvido. En Sánchez, la memoria hasta ahora era el resultado de un proceso de selección determinado por su sistema de creencias. Quiso hacer creer a una generación de españoles, y algunos cayeron embaucados en la trampa, que los individuos que componen actualmente la nación española pueden recordar acontecimientos que se produjeron antes de su propia existencia y seleccionó los ecos de esos recuerdos para acomodar su historia deseada al acervo de sus aspiraciones nemotécnicas. Así fue con la Guerra Civil, en un ejemplo de construcción de país sobre la base de una pasado pensado a partir de una memoria saturada y a la medida del que pretende hacer recordar.

Es más, se ha llegado a dar la paradoja de que hay españoles que recuerdan lo que no vivieron y han llegado hasta a olvidar aquello que creyeron vivir. De hecho, los grupos humanos, cabalmente, solo podrían olvidar el presente, nunca el pasado. A partir de allí, el socialismo de las últimas décadas fraguó dos conceptos impertinentes en una mera interpretación lógica: memoria histórica y memoria colectiva. Historia y memoria son dos conceptos incompatibles ontológicamente, porque la memoria es percepción........

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