La historia de Andrea
Andrea me contó su historia mientras planchaba. Es una historia como hay miles, pero es la suya. Tenía un bar con pista de baile en su Bogotá natal, un pub, le podríamos decir, en el que trabajaban tanto ella como su marido. Un buen día un hombre con aspecto de sicario se pasó por el lugar a la hora de cierre a exigirles dinero. En México lo llaman el piso, en el País Vasco se le decía pomposamente impuesto revolucionario y en Colombia se le conoce como la vacuna. A Andrea la estaba extorsionando el Tren de Aragua, una organización criminal venezolana que se ha extendido por el continente de la mano de millones de refugiados que huyen de la pobreza y la violencia extrema de su país.
Andrea no pagó. No es que no quisiera, es que tampoco podía, le exigían el 90% de sus ingresos. Denunció, pero no sirvió de nada. Pronto empezaron las amenazas, y en seguida se pasó a los hechos. Pintadas amenazantes, pedradas en las cristaleras, ataques incendiarios: un crescendo que culminó cuando recibió en su móvil una foto de su hijo entrando en el colegio. En ese momento supo que había llegado la hora de marcharse. Poco más de una semana más tarde huyó del país, dejando atrás a su familia, su negocio y su vida. Llegó legalmente a Polonia, donde no conocía a nadie ni, por supuesto, tenía la menor noción del idioma. Un compatriota le proporcionó algunos trabajos en negro aquí y allá, turnos de noche en supermercados y lavanderías. Dormía en un piso........
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