Fachas y orgullosos
Seguramente hubo un tiempo en el que ser facha significaba algo, pero la verdad es que yo no lo recuerdo, y ya tengo suficientes canas en la barba para posicionarme como "madurito interesante" en Tinder o como "Papá Noel" en El Corte Inglés de Preciados, que todo es cuestión de adaptarse al público objetivo. Creo que aún no había cumplido los catorce la primera vez que alguien me lo llamó; una compañera de clase repetidora con familia algo más disfuncional que la media, que vestía como si se dedicara full time a la lectura de manos y posos del café en un puestecito ambulante en Caños de Meca y al atardecer hiciera la danza de agradecimiento al Sol y la Pachamama. No sé si me explico. El caso es que era 1993 y Felipe González ganó sus últimas elecciones, prolongando tres innecesarios años la agonía de su gobierno y de paso la crisis económica, y yo, que, seamos sinceros, no tenía ni idea de nada, como ella, lo lamenté en público. "No sé cómo se puede ser joven y facha", dijo. Por entonces era muy joven y muy idiota y me empeñaba en explicar que en realidad no era facha sino simplemente de derechas. Por suerte ahora ya no soy joven.
Da la impresión de que ser facha es cada vez más sencillo. Uno se imagina que la media aritmética de lo facha se encuentra en algún lugar entre el asesino de Lucrecia Pérez y el señor que grita Franco muchas veces en la tumba del dictador. No es el caso. Para ser facha en 2024 basta con defender exactamente lo mismo que el editorialista de El País, Àngels Barceló o el presidente del Gobierno, valgan las redundancias, defendían en 2023. Lo facha es un concepto móvil, voluble y adaptable........© Libertad Digital
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