El destino de los animales después del tren
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Correteamos gallinas de los traspatios familiares. Sabíamos el color exacto de un pavo de monte. Atravesamos la selva y las ruinas en viajes escolares o de camino a casa esperando ver de menos un venado. Nos tendimos en la arena del golfo junto a las pulgas de mar, afinamos la mirada hasta ver los minúsculos wechitos.1 Aprendimos la palabra cenote tan pronto como luz, agua, animal. Éramos salvajes, es decir, libres, o al menos más libres que ahora, y no lo sabíamos.
En la península de Yucatán vivimos poco más de cinco millones de humanos junto con otros cientos de mamíferos y tres mil especies de insectos. En este cielo vuelan y anidan 543 tipos de aves, en este suelo rocoso se arrastran 118 especies de reptiles, y en las cuevas duermen sesenta murciélagos distintos. Aunque dependamos las unas de las otras, ahora vivimos incómodas. Nuestra casa común cada vez se hace más chica, gris y parece la de alguien más. Como si hubiéramos invadido un territorio y no al revés. O peor aún, nos invadimos mutuamente. Así se cuelan serpientes en las casas y los venados beben el agua de las piscinas de los ricos o se pasean por la Quinta Avenida de Playa del Carmen.
La deforestación y la contaminación de los mantos acuíferos comenzó hace muchos años, pero el tren (no voy a llamarlo maya) lo ha acelerado todo. Desde afuera de la península, el tren se ve como un transporte con rieles, pero desde adentro es una plaga que constantemente se sale de su trazo. El problema ni siquiera es el tren en sí mismo, sino su vinculación estratégica con el turismo masivo y la agroindustria, con todo lo que traen consigo: la expansión inmobiliaria, las minas, la turistificación de zonas protegidas, la extracción de suelo marino para infraestructura, el despojo de tierras comunales, la formación de zonas de sacrificio.
En los últimos cinco años, solo en el estado de Yucatán se han autorizado al menos seis minas de material pétreo para insumos del tren. Una de ellas está dentro de la comunidad maya de Xcucul Sur, en Umán.© Letras Libres





















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