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Joseph Roth

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14.12.2025

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Desde hace algunos meses, la brillante prosa de Cabrera Infante fortalece periódicamente nuestra revista. Ahora se ha extendido en plasmar el retrato del novelista austriaco Joseph Roth, autor del clásico La marcha Radetzky, que ocupa un lugar indiscutible en el canon moderno de las novelas de guerra.
No hay que confundir a Joseph Roth con el novelista Phillip Roth, ni con el escritor Henry Roth (también nacido en Austria-Hungría), ni con la estrella de cine Lillian Roth, que tuvo más de quince minutos de fama (de hecho fue una hora y media) con su biografía fílmica Lloraré mañana, en que Lillian se muestra más alcohólica que Joseph —si esto es posible. Roth tampoco es Grosz, el pintor de caricaturas de la sociedad alemana. Aunque hay una cierta verdad en la analogía negativa: Roth, el novelista, fue con su pluma (o con su máquina de escribir) un caricaturista de genio y una o dos frases le bastaban para revelar —o desvelar, en los dos sentidos de la palabra— a un personaje y no sólo su carácter, sino su entera biografía.
     El reino de Francisco José (o para decir su nombre varias veces real, Franz Joseph) se extendió en el tiempo desde 1848 hasta 1916, esa casi eternidad en que fue emperador de Austria y rey de Hungría. Dice el escritor J.M. Coetzee cuando habla de los cincuenta millones de súbditos del emperador: "Menos de un cuarto de ellos hablaba alemán como primera lengua. Aun dentro de Austria misma cada dos personas eran eslavos de una forma o de otra: checos, eslovacos, polacos, eslovenos, serbios, croatas y ucranianos".
     La Primera Guerra Mundial se originó, según los austriacos, por culpa de los bosnios y los herzegovinos, cuando el estudiante anarquista Gavrilo Princip, nacido en Serbia, asesinó al archiduque Francisco Fernando y a su consorte durante una visita que hacían, precisamente, a Sarajevo. La fecha, junio 28 de 1914, ha quedado grabada con fuego en la historia —de acuerdo con Borges, no sólo universal sino también infame.
     Cuando se firmó el armisticio (que hizo que un oscuro Adolf Hitler cambiara de pintor para escritor y escribiera su atroz Mein Kampf, donde hizo célebre la frase "La historia me absolverá"), en 1918, no sólo Adolfo sino Segismundo (Freud) lamentó la firma del Tratado de Versalles y sus consecuencias: "Austro-Hungría no existe ya más", exclamó Freud, "y no quiero vivir en ninguna otra parte del mundo". Para continuar diciendo: "Seguiré viviendo con el torso y me imaginaré que es el cuerpo completo".
     Otros, siguiendo a su cabeza, se escaparon del torso en un salto de la sartén conocida a otro fuego más querido y se mudaron de Viena a Berlín. Unos pocos aunque célebres siguieron viviendo en el torso mutilado cuando el imperio fue desmembrado: entre ellos estuvieron Freud y otro médico notorio, Arthur Schnitzler. Están además los que dieron el salto preferido al cine (Fritz Lang, Fred Zinnemman, Billy Wilder) y a la capital de la decadencia y las orgías perennes entre los tilos. Mientras, Freud acostaba otros torsos, casi siempre femeninos, en su sofá ubicuo para oír mejor los sueños como cuentos (y los cuentos como sueños: ese era su arte de la paciencia como método terapéutico) hasta que llegaron los nazis y lo mandaron prácticamente al otro mundo para un vienés —a Londres. Por otra parte, el poeta Stefan Zweig, convertido en rico biógrafo de las estrellas, fue enviado a la fama mundial y al suicidio —para probar que la nostalgia, como el exilio, mata.
     Roth, aunque también se había exiliado a Berlín, podía escribir: "Mi experiencia más inolvidable fue la guerra y el fin de mi patria, la única que tuve: la monarquía Austrohúngara" —que Roth escribía siempre con mayúsculas. Para continuar con su celebración melancólica: "Amaba esta patria mía", escribía en un prólogo a su novela más perfecta, La marcha Radetzky, "que me permitía ser a la vez un patriota y un ciudadano del mundo entre todos los pueblos de Austria y también un alemán". Poco sabía Roth que sería un despatriado en todas partes: un apátrida —y que moriría no en Viena ni en Berlín sino en París. Murió de la muerte natural de un alcohólico: el alcoholismo.
     Para dar una idea geográfica de los cambios históricos de esta zona del mundo (la que Roth llamaba "esta patria mía") no hay más que conocer sus diferentes nombres en más de tres idiomas. La antigua Breslavia se ha llamado en distintas épocas Bressau, Vratislavia, Wroctor, Vrestlav, Bresslau, Breßlaw, Vraclav y otros nombres en otras escrituras —entre ellas en hebreo y en ruso. Hoy se llama Wroclaw y forma parte de Polonia y está enclavada en la región de Silesia, también llamada en polaco Slask, en alemán Schlesien y en checo Slezko. No soy un experto (y además todos los expertos mienten) en historia de la Europa central y oriental, pero sí creo en la determinación del nombre de esta región donde han convivido tantos pueblos y tantas razas no siempre en paz, sino en muchas guerras locales, regionales y continentales —algunas llamadas incluso guerras mundiales.
     Fue otro novelista austriaco, Hermann Broch, por ser judío, es decir cosmopolita, y vienés, fallecido en su exilio de Nueva Jersey, quien dijo que el arte (refiriéndose a la literatura) "tiene una significación social pero a un nivel metafísico". Esta frase es, por supuesto, un axioma estético. Nacidos ambos en el imperio austrohúngaro, Broch y Roth son diametralmente opuestos. La única metafísica posible en Roth es el humor y la intrusión de la historia contemporánea en su felicidad de expresión. No como productora de incidentes no siempre históricos y sí productos de ese dios contrario a la Historia, considerada como diosa odiosa, que es el Azar.
     Moses Joseph Roth nació en 1894 en Brody, ciudad que queda "a unas pocas millas de la frontera rusa en la tierra de Galicia". (Que hay que escribir en español exótico Galitzia para que no confundan a los gallegos y los crean polacos.) "En los años noventa (del siglo XIX) dos tercios de la población eran judíos" y así Joseph Roth fue llamado Moisés. Roth, una vez en Viena, ocultó su Moisés y usó desde entonces su segundo nombre con la idea de que parecía menos judío. Además decía (hasta en sus papeles de identidad) que nació en la impronunciable ciudad de Schwabendorf, aunque Brody era el centro de la Haskala, la unión de la Ilustración judía. Joseph, nacido de nuevo pero sin cambiar de religión,........

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