Lo imaginamos bajo uno de sus edificios, seguro del análisis estructural, cuando los obreros retiraban los moldes de madera que habían servido de soportes conteniendo la tensión a resistir entre los muros de su interioridad, porque Gaudí era un romántico en pugna con el ímpetu de las esquinas de su alma. De niño, en el taller de su padre, de profesión calderero, concibió el espacio como una dimensión para la creación.

Lo imaginamos cumpliendo con sus rutinas, como asistir a misa, sin sospechar que tras esa ortodoxia católica se hallaba un posible revolucionario, un místico en competición con los del Siglo de Oro. Su religión era la salvación por la piedra, la invitación a comulgar con azulejos de colores, hasta el punto de que sentarse en un banco del Parque Güell, por ejemplo —una de sus obras—, permitiese al paseante reavivar la fe. Concebía la arquitectura como un arte capaz de lograr el despertar espiritual de aquellos que la contemplaran, hasta el punto de apelar a la inteligencia angélica que actúa sobre el espacio en tres dimensiones.

Su catalanidad se fundió con Barcelona, con tonalidades degradadas en matices por toda la ciudad bañada de la luz mediterránea que tanto apreciaba. Nos dice su biógrafo, Gijs Van Hensbergen, que asumió el celibato tras los fracasos sentimentales. Las extravagancias expresivas podrían ser manifestación de un puritanismo casi obligado, a pesar de que tan solo con veintitrés años buscó inspiración en la Biblia. Incorporó elementos de diversas culturas, pero la gran inspiración fue la exuberancia de la naturaleza.

Pronto perdió a su madre y hermanos. Bajo un aspecto de hombre reservado y misógino iba a hacerles espacio a orgías exaltadas de la imaginación, doblegando las piedras hasta contagiarles la savia de los árboles, las ondulaciones de las olas y el ruido del viento entre las ramas, porque si hay algo que caracteriza a los edificios de Gaudí es su carácter orgánico. Había que retorcer los materiales hasta insuflarles alma, introducir espíritu a fuerza de martillo, aunque hubiese que aparentar el desvalimiento de un mendigo o la rareza de un loco, sin excluir el desconsuelo.

En una ocasión le preguntaron a Gaudí —cuenta el biógrafo— por qué no viajaba más, a lo que respondió: «¿Para qué? ¡Son los extranjeros los que tienen que venir a esta tierra!». Sentencia profética. Según Picasso, «una obra sin acabar permanece viva», como lo están algunas de Gaudí. Su arquitectura impregnó toda Barcelona hasta convertirla en una de las ciudades más atractivas del mundo; recibe cada año millones de visitas y su espíritu sigue activo allá donde se halle.

QOSHE - El espíritu Gaudí - Cristina Gufé
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El espíritu Gaudí

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22.03.2024

Lo imaginamos bajo uno de sus edificios, seguro del análisis estructural, cuando los obreros retiraban los moldes de madera que habían servido de soportes conteniendo la tensión a resistir entre los muros de su interioridad, porque Gaudí era un romántico en pugna con el ímpetu de las esquinas de su alma. De niño, en el taller de su padre, de profesión calderero, concibió el espacio como una dimensión para la creación.

Lo imaginamos cumpliendo con sus rutinas, como asistir a misa, sin sospechar que tras esa ortodoxia católica se hallaba un posible revolucionario, un místico en competición con los del Siglo de Oro. Su religión era la salvación por la........

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