Si con decir paz bastara
La memoria, teñida de nostalgia, se parece a esos viejos álbumes fotográficos repletos de momentos especiales y rostros sonrientes. Aun así, cada generación ha sido testigo, de manera directa o indirecta, de los estragos de las guerras. Cuando nuestro papel se limitó al de meros espectadores a una distancia de seguridad, al volver a ese territorio cambiante llamado “Ayer” relegamos a un segundo plano baños de sangre que definen el mundo de hoy: Ruanda, Líbano, Afganistán, Bosnia, el golfo Pérsico, Chechenia o Somalia, si pienso en mi adolescencia. ¿Qué queda del estruendo de machetes, minas o fusiles? Permanecen, entre otras cosas, el silencio de los muertos, lo indecible y lo que se oculta o censura, como apunta Antonio Monegal, último premio Nacional de Ensayo por Como el aire que respiramos. Si en él se preguntó, en un sentido amplio, qué es y para qué sirve la cultura, en su reciente El silencio de la guerra nos recuerda que los conflictos bélicos, lejos de ser una anomalía, son una constante en nuestra cultura como una forma más (aunque violenta) de comunicación. A lo largo de sus........
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