Un mundo sin bodas ni entierros
Dos conversaciones que remiten a un mismo lugar. La primera charla, festiva, gira sobre bodorrios. La segunda, más seria, trata de velatorios y entierros. Ambas conducen a una conclusión similar: el reino del individualismo no para de agigantarse.
Vayamos a la primera cháchara, la de los festejos nupciales. El grupo que conversa es de edad homogénea. Padres y madres maduros tomando cervezas. Todos con hijos con las alas crecidas, de los que pueden volar por sí mismos.
Alguien dice que a estas alturas deberíamos estar yendo continuamente de boda, figurando en la lista de invitados como amigos de los padres del novio o la novia. Efectivamente, eso es lo que ahora nos tocaría generacionalmente si el mundo no se hubiese movido de sitio. Pero no es así.
Otro responde: ¡pero si aquí no se casa ni el tato! Y si alguien lo hace, lo que se organizan son ceremonias íntimas sin apenas invitados. El de más allá añade que si queremos ir de fiesta, mejor apuntarnos a un tardeo que esperar a que se casen los........
© La Vanguardia
visit website