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León Sarcos: Flaubert, una obsesión por el estilo

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10.04.2024

Uno nunca se cansa de lo que está bien escrito: ¡El estilo es la vida! ¡La sangre vital del pensamiento!… Ten cuidado con tus sueños, son la sirena del alma. Ella canta. Nos llama. La seguimos y jamás retornamos. Así pensaba Gustave Flaubert, el escritor francés que hizo grandes aportes al género novelístico. Nacido en Ruan el 12 de diciembre de 1821 y fallecido en Croisset el 8 de mayo de 1860.

La clave para entender vida y obra de este eminente escritor que vivió los años de una parte crucial de la historia de Francia –la revolución de 1848–, es que su vida no es como esas novelas que con toda su bien orquestada trama tienen una apertura y un cierre continuo y simétrico. Muchas fases de su obra, especialmente las relacionadas con algunas vertientes del estilo, no lucen a veces congruentes, menos aún sus cartas.

Existen coincidencias generales sobre sus dos grandes aportes a las letras, sobre todo, al género novelístico: el estilo indirecto libre y la búsqueda de la palabra exacta (le mot juste). Pero, para otros, en el mismo estilo existen desacuerdos marcados, al igual que en la correspondencia y la manera de concebirla. Marcel Proust dice de ella: Lo que asombra solamente en un maestro semejante es la mediocridad de su correspondencia.

Vida y obra

Hay autores cuya vida cabalga al mismo paso que su obra. Existen otros en los que su existencia camina con una orientación y su obra en direcciones que simulan su vida. Flaubert no es el escritor de una sola pieza. Madame Bovary no es Flaubert. Él, es más La educación sentimental y La Tentación de San Antonio. La otra es su primera novela y, por lo tanto, donde vamos a encontrar más aportes del género a las letras, al estilo y a la técnica.

Jorge Luis Borges le comenta a Adolfo Bioy Casares: Flaubert, después de leer los originales de La tentación de San Antonio a sus dos mejores amigos, Maxime Du Camp y Louis Bouilhet, sobre los cuales tenía grandes expectativas, experimentó un desconcierto mayúsculo. Ambos, con sus opiniones deplorables, casi lo inducen a tirarlo al cesto de la basura.

Le agregaron, de supuesta buena fe, además, que debía abandonar la ampulosidad y la grandilocuencia, que se dedicara a trabajar un tema más mundano; en palabras coloquiales de los argentinos, más chato. ¡Qué manera de entender el arte! Y Borges remata: a pesar de lo mucho que se esforzaba por escribir de manera impecable, las frases no le salían bien. Cae, como Lugones, en un estilo burocrático que apaga el interés del lector.

Esa será su novela más difundida y reconocida, Madame Bovary, que como ya vimos, nace de una circunstancia y un desengaño, y luego de publicada se ve favorecida por el escándalo, con juicio y todo, debido al recato moral de aquel tiempo. La prensa de la época retrata lo tragicómico del juicio iniciado contra Flaubert.

Madame Bovary había aparecido serializada en la Revue de Paris, entre octubre y mediados de diciembre de 1856, y mucha gente la encontró obscena. Son célebres las palabras del Fiscal del Imperio de Francia Ernest Pinard, quien se levantó de su silla en la sala saturada de un tribunal –en el inicio del juicio contra Gustave Flaubert, autor, Leon Laurent-Pichat, director de la publicación literaria y Auguste-Alexis Pillet, impresor–, en enero de 1857, para declarar:

El arte que no observa las reglas deja de ser arte; es como una mujer que duerme desnuda completamente. Imponer las reglas de decencia pública en el arte no es subyugarlo, sino honrarlo.

Los cuatro pecados de los que se acusa al autor de haber incurrido en su obra, son los siguientes: –El amor de Emma por Rodolphe Boulanger, su primer amante. –Su búsqueda de consuelo en la religión, cuando este la abandona. –Su amor por Léon Dupuis, su otro amante. –Y, finalmente, su muerte por suicidio, contrariando la voluntad de Dios.

Todos sabemos las bondades que posee el escándalo para favorecer el gusanillo de la acuciosa curiosidad del gran público.

Mario Vargas Llosa y Gustave Flaubert

Mario Vargas Llosa escribió, en 1975, uno de los trabajos más completos que se han realizado sobre Emma Bovary. Sin lugar a dudas, uno de los ensayos más metódicos, rigurosos y densos que se han dedicado al estudio pormenorizado de esta obra, a lo que contribuye a darle solvencia en el tiempo que sea un laborioso novelista quien se encargue de esta exaltada apología.

Pero, esa es la misma razón –a pesar de toda la brillantez y el talento del nobel peruano–, que me lleva a la conclusión de que no hay nada más devastador del reconocimiento a un maestro, que el hecho de que el escritor se torne esclavo de la admiración de la obra de otro, pues la luz que irradia de los dos compite y termina favoreciendo al iniciado y desaquilatando al seguidor, al punto de invitarlo a uno, a sugerirle a los nuevos lectores, que antes de estudiar a Vargas Llosa deberían necesariamente leer a Flaubert.

La orgía perpetua

Bajo el título La orgía perpetua, Vargas llosa desmenuza analíticamente en tres planos la obra de Flaubert. En el primero, la impresión de simpatía, indiferencia o disgusto que pudiera dejar Emma Bovary en el lector. En el segundo, lo que constituye la novela en sí misma, omitiendo el efecto de su lectura: la historia que es, las fuentes que aprovecha, la manera como se hace tiempo y lenguaje. Y, finalmente, lo que la novela significa, no en relación con quienes la lean ni como objeto soberano, sino desde el punto de vista de las novelas que se leyeron antes y después.

Solo me referiré a dos aspectos, principio y fin del ensayo por razones de espacio: cómo la percibe un novelista de la talla de Vargas Llosa y cuáles piensa él son los grandes aportes de esta obra a la novela moderna.

Hay en este escritor una admiración tan exageradamente distinguida por Madame Bovary, que hace que la forma en que describe las fases de su enamoramiento por la protagonista se transforme en un amor tan apasionado y narrado con tal virtuosismo y convicción, que paso a paso el lector se convierte en un fiel espectador de las manifestaciones de una relación sutilmente erótica, y tan compenetrada con los sueños y las aspiraciones de libertad de Emma, que al final un lector desprevenido podría llegar a dudar si habla Flaubert, el creador del personaje, o se trata de un amor de Vargas Llosa en su época de destape juvenil.

El amor de Vargas Llosa por Emma Bovary

Su amor por Emma casi raya en la idolatría fetichista cuando la convierte en el protagonista predilecto de todos los personajes leídos y destacados del género –Jean Valjean, David Copperfield, D’Artagnan, entre otros muchos–, solo comparable al Quijote. Sin........

© La Patilla


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