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Alfredo Álvarez: La Masacre de la playa Bondi

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17.12.2025

La tarde en Bondi Beach había comenzado como una postal de verano australiano. El cielo abierto sobre el Pacífico, el rumor constante de las olas rompiendo contra la arena dorada, los surfistas dibujando curvas sobre el agua fría y los paseantes repartidos entre el paseo marítimo y el césped de Archer Park, esa franja verde que mira de frente al mar de Sídney. Allí, junto a uno de los paisajes costeros más emblemáticos del país, la comunidad judía se había reunido para encender la primera vela de Janucá. Familias con niños, ancianos que buscaban la brisa de la tarde, visitantes que se acercaban con curiosidad a una celebración que debía ser, sobre todo, un rito de luz.

Janucá es una festividad judía que celebra, al mismo tiempo, una victoria histórica y un símbolo espiritual. La resistencia a la opresión y el “milagro de la luz”. Se recuerda la rebelión de los macabeos contra el dominio seléucida -un reino greco?sirio- en el siglo II a. C., cuando el rey Antíoco IV Epífanes prohibió las prácticas judías y profanó el Segundo Templo de Jerusalén, imponiendo el culto a los dioses griegos. Tras varios años de guerra de guerrillas, las fuerzas lideradas por Judas Macabeo recuperaron Jerusalén, purificaron el Templo y lo “rededicaron” al culto judío. De allí procede el nombre Janucá, que en hebreo significa “dedicación” o “inauguración.

A las 6:47 p.m., esa escena de normalidad se quebró de forma abrupta y brutal. Dos hombres armados comenzaron a disparar de manera continua contra la multitud congregada en el parque, transformando el murmullo de la fiesta en una sinfonía de gritos, sirenas y estampidas. Las imágenes que después circularían por las redes sociales mostrarían a dos figuras moviéndose torpemente entre el césped y el paseo, descargando munición contra un grupo elegido por una sola razón. Ser judío, celebrar una festividad judía, habitar de forma visible una identidad convertida en blanco. La policía no tardó en definir el hecho con las palabras que correspondían. “Un acto de terrorismo, otro ataque antisemita”, un golpe directo contra la comunidad judía australiana en lo que debía ser un día de luz.

Bondi, con su mezcla de postal turística y vida cotidiana, fue el escenario elegido para enviar un mensaje que trasciende fronteras. No se trató de un tiroteo indiscriminado en un lugar cualquiera, sino de una agresión dirigida contra una comunidad específica en un símbolo nacional. A la orilla de una de las playas más famosas del mundo. Bondi Beach es mucho más que arena y surf: es un anfiteatro abierto donde convergen culturas, idiomas y credos; una curva perfecta donde los clubes de salvamento marítimo se confunden con cafés, murales y familias que se refugian del calor bajo sombrillas multicolores. 

Ese domingo, el contraste fue insoportable. Sobre el césped de Archer Park, al costado mismo del océano, cuerpos tendidos, socorristas transformando los clubes de surf en salas de urgencia improvisadas, más de cien ambulancias movilizadas y 42 heridos trasladados de urgencia a hospitales de Sídney. Las cifras, frías y contundentes, apenas alcanzan a sugerir la magnitud del trauma. Al menos 16 personas perdieron la vida, incluyendo a uno de los atacantes. Entre las víctimas se encontraban el superviviente del Holocausto Alexander Kleytman, el rabino londinense Eli Schlanger, el francés Dan Elkayam, el empresario Reuven Morrison, el policía retirado Peter Meagher y una niña de 10 años; la persona de mayor edad tenía 87 años. 

Veintiséis heridos seguían hospitalizados la noche del lunes, siete en estado crítico y varios más en estado crítico pero estable, entre ellos dos policías que acudieron al lugar. La enumeración parece interminable, pero detrás de cada nombre hay una historia abruptamente interrumpida. El hombre que sobrevivió a la maquinaria nazi para morir a manos del odio antisemita en una playa lejana; la niña que acudía a una fiesta de luces y encontró, en cambio, el estruendo del fuego automático.

Los responsables del ataque fueron identificados como un padre y un hijo, Sajid y Naveed Akram, de 50 y 24 años respectivamente, que utilizaron armas obtenidas legalmente para perpetrar la masacre. El padre, titular de una licencia que le permitía poseer seis armas de fuego, fue abatido por la policía en el lugar; el hijo fue detenido con graves heridas y trasladado a un hospital bajo custodia. No era un completo desconocido: Naveed había sido objeto de seguimiento por parte de los servicios de inteligencia australianos en 2019, por presuntas conexiones con redes vinculadas al Estado Islámico, aunque en su momento se concluyó que no existía una amenaza inminente. 

Hoy, la investigación intenta recomponer los hilos de esa trayectoria. La posible presencia de una bandera negra del ISIS en el vehículo, la ideología extremista que habría guiado sus pasos, el uso de un entorno de libertad y de permisos legales para girar las armas contra civiles judíos en el espacio público. El primer ministro Anthony Albanese no dejó lugar a eufemismos: habló de “un acto de pura maldad”, “un acto de terrorismo, un acto de antisemitismo”, un ataque dirigido contra la comunidad judía en el primer día de........

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