Ya era hora (o a buenas horas…)
He pasado una semana maravillosa, ilusionante, como cuando los Reyes Magos me echaban una manzana y una peseta, que guardaba enseguida mi madre para que no la perdiera (yo, no ella). El mundo se me ha presentado color de rosa y hasta con clima tropical. Incluso, creo que un día atisbé el mar, tranquilo, sugerente, por detrás de la Cuesta Gorda, en el camino de Valdeáguila. Todo ha sido felicidad, esperanza, sueños de grandeza o, como mínimo, de no perder más y de ir recuperando lo desaparecido, lo que se fue por el albañal del ayer. Todavía sigo en éxtasis. Miro por la ventana y no veo escarcha, sino un amanecer luminoso, radiante. Salgo a la calle y el hielo de los charcos se ha trasformado en un lago plagado de vida. El viento zumbón suena a música celestial, a "El amor brujo", a la danza ritual del fuego que me enamoró hace décadas y me trasporta por el éter cada vez que la escucho (joder, que cursi me estoy volviendo hoy, día de San Sebastián, patrón de San Miguel de la Rivera, donde nació mi abuela Ignacia de la que guardo una frase que llevo muy dentro: "lee, hijo, lee mucho").
¿Y a qué se debe este........
© La Opinión de Zamora
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