Navidad o el principio ternura. Un Evangelio para los pueblos vaciados
Belén Navidad / Pexels
En el principio es la ternura. Todo comienza con un acto de debilidad. En el frío cósmico que muerde los campos de Castilla, donde los pueblos se desangran en un silencio de piedra y abandono, la Navidad no llega con estruendo. Llega con silencio, con ternura. La de un recién nacido. Una criatura improbable, casi ofensiva en su fragilidad, que se filtra por las grietas de un mundo endurecido. Esta es la crónica de cómo la ternura, la más subversiva de las fuerzas, se instala en el corazón del vacío.
El mito que nace donde el mundo se acaba.
En la geografía herida de la España vaciada, el solsticio no es una metáfora. Es la ley que rige la larga noche invernal, la que hiela los barbechos y azota la teja roja de los tejados, ¡ya sin humo! Aquí, los ritos ancestrales -el fuego de la hoguera, el canto para animar al sol- no son folklore, son supervivencia. Como señaló el antropólogo Marc Augé (1992) en "Los No lugares: Espacios de anonimato", estos pueblos se enfrentan a la paradoja de ser lugares de memoria en riesgo de convertirse en lugares del olvido. La Navidad, entonces, se enreda en esta lucha. Los adornos en las plazas vacías son un acto de fe más profundo que cualquier catedral abarrotada: es la terquedad de la vida contra la evidencia de la muerte.
En este paisaje, el consumismo es un fantasma lejano, un rugido que........





















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