Nunca antes hemos vivido unos tiempos en los que tan rápido y tan profundamente se perciba el especial empeño en llevar a la sociedad hacia el enfrentamiento. A la polarización de las posturas ideológicas. Al choque entre territorios y entre personas, en función del estatus y el origen social, de la generación a la que se pertenece, de la forma de pensar o de ver y vivir la vida, de las costumbres y hábitos. Anticipando debates a veces pueriles, otras demasiado profundos como para tratarlos con la ligereza habitual.

Esa especie de pulsión destructiva que cada cierto tiempo ha puesto en riesgo la convivencia entre los españoles históricamente parece vivir en este uno de sus momentos destacados. Ya no es solo la política, con mensajes llevados hacia los extremos para buscar en ellos el refuerzo de los más vehementes, los más forofos, los más irracionales y sectarios de los apoyos.

Es también en muchos medios de comunicación y creadores de opinión que actúan como extensiones de ideologías y fuerzas políticas, dejando a un lado los que se suponen son los principios del periodismo. Principios que no deben suponer ausencia de línea editorial pero que obligan a ser fieles a la objetividad aunque la realidad sea vista desde una determinada perspectiva. La España de los bandos está pletórica. Todo el que no piensa como se supone que debe pensar pasa a ser descalificado instantáneamente y enviado a la otra punta del espectro ideológico.

Quizás desde los años veinte y treinta del pasado siglo, no se vivía en nuestro país una situación similar y eso es lo que debería preocuparnos. Sabemos cómo acabó aquello, pero lo que hasta hace poco tiempo resultaba inimaginable, pasa a ser ahora un temor, que, aún lejano, muchos empiezan a percibir como no imposible. Las urgencias históricas nunca son buenas. La Transición española fue ejemplar, entre otras muchas cosas, precisamente por ser capaz de enfriar los ánimos, de calmar las urgencias, de ralentizar los anhelos. De buscar y fortalecer los puntos de conexión y limar las aristas que podían llevar a cortar los hilos que nos mantenían, a la muerte de Franco, en un complicado equilibrio como sociedad

Que por egocentrismo, por necesidad de mantenerse en el poder o de hacerse con él, por delirios de grandeza o por hemiplejía ideológica enfermiza, pongamos en riesgo nuestro presente y futuro es algo que ni deberíamos permitirnos ni deberían perdonarnos las generaciones venideras si caemos en ello. Hora parece, de que cada uno desde nuestras responsabilidades y posibilidades, especialmente políticos, líderes sociales y medios de comunicación, empecemos a cambiar el pensamiento y también el lenguaje. Nunca como ahora predominan las hipérboles a la hora de definir a los otros. Nunca como ahora hemos oído hablar tanto de "extremo" o "ultra" para referirse a quienes por pensar o defender posturas distintas no han pasado, de la noche a la mañana, de ser rivales o adversarios a enemigos execrables. El daño a la convivencia aún no está hecho pero estamos en camino, aunque a tiempo de pararlo.

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QOSHE - La polarización como enfermedad social - Ángel Macías
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La polarización como enfermedad social

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17.12.2023

Nunca antes hemos vivido unos tiempos en los que tan rápido y tan profundamente se perciba el especial empeño en llevar a la sociedad hacia el enfrentamiento. A la polarización de las posturas ideológicas. Al choque entre territorios y entre personas, en función del estatus y el origen social, de la generación a la que se pertenece, de la forma de pensar o de ver y vivir la vida, de las costumbres y hábitos. Anticipando debates a veces pueriles, otras demasiado profundos como para tratarlos con la ligereza habitual.

Esa especie de pulsión destructiva que cada cierto tiempo ha puesto en riesgo la convivencia entre los españoles históricamente parece vivir en este uno de sus momentos destacados. Ya no es solo la política, con mensajes llevados hacia los extremos para........

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