Acompañando a don Quijote no entramos jamás en ninguna ciudad. Sólo en Barcelona, que al final, resulta un verdadero non plus ultra para el hidalgo. Desde allí comienza su forzado regreso al hogar. La geografía que rodea la vida del ingenioso hidalgo puede llegar a ser un poco difusa, como prueba la existencia de Barataria, rara ínsula terrestre que no aparece en ningún mapa. Incluso la patria de don Quijote (ese lugar de cuyo nombre, Cervantes no quiso acordarse) es un misterio. Ni patria ni identidad, porque tampoco existe certeza alguna sobre si don Quijote, antes de ser caballero, se llamaba Quijada o Quesada.

La situación no puede ser más diferente en la historia de Avellaneda, cuyo falso don Quijote es natural de Argamasilla (sea de Alba o Calatrava, ya resulta más concreto que el innominado lugar cervantino), y no tarda en llegar a Zaragoza. La identidad del caballero queda asimismo bien establecida, pudiendo afirmar, sin género de dudas, que el loco visitante de la urbe aragonesa se llamaba Martín Quijada. En la historia apócrifa razón y locura no se entremezclan. Quijada está destinado a acabar encerrado detrás de los muros de un manicomio. No encontramos el menor atisbo de la profunda sabiduría que el verdadero don Quijote había obtenido, gracias a las muchas horas de reflexión y lecturas en solitario. El mundo que rodea al Caballero de la Triste Figura parece menos concreto, más lleno de sombras y solitario. Así corresponde a un enfermo de melancolía, apartado del trato humano y de las grandes masas de población, yendo siempre a través de caminos poco frecuentados, malas ventas y ásperas soledades.

De regreso a su aldea, para cumplir con la pena impuesta por el Caballero de la Blanca Luna, son interceptados amo y escudero por gente, que enviada a las órdenes los duques, tienen la misión de llevarles ante ellos y juzgarles por la trágica muerte de Altisidora. Los esbirros les dedican duras palabras, tratándolos de antropófagos y salvajes. Penosos apelativos, que no eran completamente extraños, pues adanes y hombres asilvestrados, incluso mujeres, poblaban la imaginación de aquellas gentes. En su imaginación podían aparecer velludos y fornidos, cubiertos de pieles o portando mazas. No mucho más refinados habían de ser los violentos yangüeses que apalearon a Rocinante por haber pretendido montar a sus yeguas. En un hombre así, tan montaraz, se hubiera convertido Cardenio, cuando corría desnudo, enloquecido y brutal por entre las soledades de Sierra Morena, allá don Quijote había también había acudido a castigarse y darse calabazadas, hecho una extraña mezcla de Beltenebros y san Jerónimo. También Luscinda, sin honra ni consuelo, hubiera acabado siendo una santa María Egipcíaca o una María Magdalena, penitente entre las rocas. El amor de Sancho por su asno es digno de la amistad entre el hombre y los animales que sólo existió en el Edén de nuestros primeros padres. Por otros montes y bosques erraba la misteriosa Dorotea, hermosa asesina de Grisóstomo y émula de la virginal Diana; pero en los eriales también aparecen solitarios ermitaños, pecadores arrepentidos o antiguos soldados, ya ocultos en cuevas, ya viviendo silvestres como pájaros, o en pequeñas chozas; y de uno así conocimos su existencia, justo antes de la aventura de los rebuznos.

Sancho y su amo son también gentes del margen, merodeadores que frecuentan aquellos lugares donde muerte y naturaleza se dan la mano. En semejantes selvas y desiertos, don Quijote, cuando ya no puede ser caballero, quiere todavía hacerse poeta y pastor, para cantar así a Dulcinea. Pero la melancolía lo ha herido fatalmente. Han sido demasiados sinsabores, demasiados golpes, desvaríos, victorias robadas, demonios malignos que lo engañaban y se burlaban. La vergüenza y una existencia de pesadilla generan una confusión que le atormenta. Don Quijote, agotado, ya ha vivido su último sueño. Igual que el animal herido, busca ahora la espesura del bosque, pero solo para morir en él, a salvo de las miradas, cubierto por una tupida enramada. El caballero se dirige, poco a poco, hacia la oscuridad. Deja detrás la envoltura mortal de un viejo hidalgo, que despertaba de regreso a una realidad desencantada. Y así ocurrió un gran prodigio, pues quien había vivido como un loco, entraba en la muerte consciente y cuerdo.

QOSHE - La bestia herida en el bosque - José Antonio Molina Gómez
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La bestia herida en el bosque

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19.01.2024

Acompañando a don Quijote no entramos jamás en ninguna ciudad. Sólo en Barcelona, que al final, resulta un verdadero non plus ultra para el hidalgo. Desde allí comienza su forzado regreso al hogar. La geografía que rodea la vida del ingenioso hidalgo puede llegar a ser un poco difusa, como prueba la existencia de Barataria, rara ínsula terrestre que no aparece en ningún mapa. Incluso la patria de don Quijote (ese lugar de cuyo nombre, Cervantes no quiso acordarse) es un misterio. Ni patria ni identidad, porque tampoco existe certeza alguna sobre si don Quijote, antes de ser caballero, se llamaba Quijada o Quesada.

La situación no puede ser más diferente en la historia de Avellaneda, cuyo falso don Quijote es natural de Argamasilla (sea de Alba o Calatrava, ya resulta más concreto que el innominado lugar cervantino), y no tarda en llegar a Zaragoza. La identidad del caballero queda asimismo bien establecida, pudiendo afirmar, sin género de dudas, que el loco visitante de la urbe aragonesa se llamaba Martín Quijada. En la historia apócrifa razón y locura no se........

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