Nada hay más perseverante que el rencor. Cuando nace, sus raíces se extienden por el torrente sanguíneo, se asimila a nuestras entrañas; y desde ellas, se apodera de nuestra mente, nubla nuestra conciencia. Su aliada natural es la venganza, se enreda con ella mediante un fuerte nudo gordiano, imposible de desatar. Rencor y venganza dirigen y dominan a muchos hombres, pobres desgraciados, semejantes a muertos en vida, porque su existencia no conoce más fin que el dictado por el sentimiento de revancha, fuerte, tenaz, tan ardiente como las llamas del infierno, capaz de fundir el metal más sólido.

Sansón Carrasco había pensado, siendo el Caballero de los Espejos, que podría sacar al loco que se hacía llamar don Quijote de ese mar de confusión en el que estaba, con tal de que se fingiera parte de su engaño, desafiándolo y derrotándolo en buena lid, para llevarlo vencido de regreso a casa. Los espejitos con los que adornaba su ropa, esa imagen vítrea que de sí mismo daba, aludía a la visión confusa y retorcida que devuelven las superficies cristalinas, o los metales bruñidos; pues en este mundo solo vemos imperfectamente. Ocultando su identidad sin descubrir su rostro, deformando con cómica astucia la cara de su escudero para que no fuera identificado como vecino de don Quijote; en fin, sirviéndose de gran previsión e industria, esperaba triunfar sobre el Caballero de la Triste Figura. La suerte, sin embargo, no estuvo de su lado, y fue él quien cayó derrotado, sumiendo en más confusión a don Quijote, quien tuvo que recurrir a los caudales más profundos de su locura para poder explicarse cómo era posible que Sansón Carrasco y el Caballero de los Espejos tuvieran idéntico rostro, aunque acaso fuera el reflejo confuso provocado por un mago. Es entonces cuando Sansón Carrasco comenzó a ser otro, nada menos que un vengador: el Caballero de la Blanca Luna.

Fue al final de sus aventuras en Barcelona, cuando el buen hidalgo manchego contempló por primera vez la inmensidad del mar. No sabía con qué comparar aquella masa acuática, muy superior, se decía, a las lagunas de Ruidera. El mar se le ofrecía a la vista habitado por barcos cuyas tripulaciones emitían los más variados sonidos: órdenes de maniobras, cantares y música de marineros. Fue allí adonde lo siguió Sansón Carrasco, quien sólo en apariencia seguía teniendo la buena intención de llevar a don Quijote de regreso para curarlo de su locura. Demasiado bien había llegado a comprender que apartarlo de su caballeresca existencia, sería casi tanto como matarlo. En realidad, quería vencerlo, resarcirse de la derrota que tuvo y deshacer así los lazos del rencor y la venganza. Con nuevo nombre y apariencia, con nuevos lemas y una heráldica nocturna y tenebrosa, el de la Blanca Luna retó a don Quijote a orillas del mar.

Locura y tinieblas han de batirse. Pero armas guiadas por la venganza y cabalgadura espoleada por el rencor al amparo de la fúnebre luna, tienen segura la victoria sobre aquel que sólo va armado con la bondad de sus intenciones. Según las leyes del combate, la vida de don Quijote pertenece, a partir de ahora, a su vencedor. Es en ese momento cuando las negras alas del destino cubren con su sombra al desgraciado campeón de la Mancha. Viéndose forzado a volver a su aldea y abandonar el ejercicio de las armas un año entero, ahora ve cómo una enorme pesadumbre, un poderoso dolor, lo invaden. El remedio de la música, la perspectiva de hacerse poeta entre montes, bosques y rebaños, cantando al imperio del amor, a duras penas consuelan al caballero derrotado. Todo cuanto ve en su viaje de vuelta anuncia su última hora. Signos, prodigios y malos augurios encaminan a escudero y caballero al mismo lugar del que habían salido. Al fin y al cabo, la muerte no deja de ser un viaje similar, por entre los enrevesados meandros del tiempo, hacia el punto nodal donde confluyen principio y fin, allá donde se tocan las dos manecillas del reloj, ese espacio enigmático, donde no existe la conciencia, que apenas recuerdan los niños y que comienzan a reconocer los moribundos en el mismo instante de su adiós.

QOSHE - El matrimonio entre el rencor y la venganza - José Antonio Molina Gómez
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El matrimonio entre el rencor y la venganza

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12.01.2024

Nada hay más perseverante que el rencor. Cuando nace, sus raíces se extienden por el torrente sanguíneo, se asimila a nuestras entrañas; y desde ellas, se apodera de nuestra mente, nubla nuestra conciencia. Su aliada natural es la venganza, se enreda con ella mediante un fuerte nudo gordiano, imposible de desatar. Rencor y venganza dirigen y dominan a muchos hombres, pobres desgraciados, semejantes a muertos en vida, porque su existencia no conoce más fin que el dictado por el sentimiento de revancha, fuerte, tenaz, tan ardiente como las llamas del infierno, capaz de fundir el metal más sólido.

Sansón Carrasco había pensado, siendo el Caballero de los Espejos, que podría sacar al loco que se hacía llamar don Quijote de ese mar de confusión en el que estaba, con tal de que se fingiera parte de su engaño, desafiándolo y derrotándolo en buena lid, para llevarlo vencido de regreso a casa. Los espejitos con los que adornaba su ropa, esa imagen vítrea que de sí mismo daba, aludía a la visión confusa y retorcida........

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