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El brillo inquietante en los ojos de ópalo

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22.12.2023

Don Quijote, cuando todavía era Alonso Quijano, había tenido un galgo corredor. Entre las señales distintivas de su nobleza estaban las armas de sus antepasados y ese gusto, entre aristocrático y guerrero, por la caza. El galgo debió de acompañar a su amo en bastantes correrías hasta que la monomaníaca obsesión por los libros de caballería acabó recluyendo al hidalgo entre los límites de su biblioteca. Aunque la tradición atribuye a los cazadores prodigiosos encuentros con seres de leyenda, don Alonso no tuvo ninguno, que se conozca, y su admirable vida de combates y locuras solo empezó cuando bien hubo dejado atrás su casa y su perro.

El perro pertenece al hogar y lo defiende. Es el animal que encarna, dentro de los muros familiares, el amor al fuego, el sueño tranquilo y pacífico, el cariño hacia los señores de la casa. El animal, a fuerza de incondicional, bien puede llegar a ser salvajemente violento frente a los extraños. Don Quijote jamás volverá a tener cerca otro perro. Una noche, yendo hacia el........

© La Opinión de Murcia


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