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Cine y lucha social feminista

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14.08.2024

Un sindicalismo que trate de desarrollar su mejor potencial debería de contar con una red de entidades y colaboraciones a su favor. Una de ellas, una sala de proyección que funcionara como cine-club, podría incidir seriamente en el impulso de la formación de sus afiliados, así como en la difusión de sus razones y propósitos. Después de un siglo largo de historia existe una cierta filmografía asimilable para actividades de difusión y reflexión. Como una ayuda que puede resultar inapreciable desde muchos puntos de miras. Desde visualizar los temas de derecho hasta suscitar debates y reflexiones colectivas, la colectiva-participativa es la mejor manera de relación con el arte más asequible jamás conocido.

Esta entidad no lo tendría fácil a la hora de registrar un material fílmico adecuado, pero, después de un siglo largo de historia del cine, no es poco lo que se puede encontrar sí nos referimos al tema del “servicio”, y una entidad activa puede encontrar un material valioso para conocer y debatir. Baste un apunte: el tema de las criadas negras en películas como Lo que el viento se llevó. No solamente por el papel de la emblemática “Mammy” Hattie MacDaniel (la primera actriz de color compensada con el Oscar a la Mejor Actriz de Reparto, una recompensa más que merecida), también por un momento en el que los “caballeros” del sur realizan una “razzia” contra los negros libertos, una gesta de Ku Klux Kan en la novela. O sea, contra el servicio que se había rebelado, una historia sobre la que existe una creciente filmografía. Éste podía ser uno de los numerosos apuntes sobre una temática desbordante, el mismo que nos lleva al gran tema de la lucha de clases en la pantalla.

Como se trata de buscar círculos de aproximaciones, tenemos que escoger un hilo que nos guía sobre un cierto laberinto. Esto nos debería llevar al redescubrimiento de una tradición de cine obrerista que tuvo su punto más alto en la segunda mitad de los años veinte en la URSS, sin olvidar capítulos como el que del cine realista francés del Renoir de los treinta, el cine anarquista en la zona republicana, el neorrealismo italiano y norteamericano…

En este apartado nos encontramos con un componente feminista como es notorio en un título tan importante por su contenido como por las condiciones de su realización: La sal de la tierra (Herbert J. Biberman, The Salt of the Earth, USA, 1954), con la mítica Rosaura Revueltas. La lista se puede ampliar con otras obras clásicas de carácter reivindicativo y además asequibles, no olvidemos que según Godard decir cine norteamericano es un pleonasmo. Así podemos citar entre otras: Norma Rae (Martin Ritt, USA, 1979); Silkwood (Mike Nichols, USA, 1983); Erin Brockovich (Steven Soderbergh’, USA, 2000); Harlan County War (Tony Bill, USA, 2000), obras muy desiguales pero sin duda necesarias por más que fueron ante todo “encargos” para el lucimiento de las protagonistas (Sally Field, Mery Streep, Julia Roberts y Holly Hunter, respectivamente).

Entre las producciones europeas hay que registrar no pocos títulos al menos parcialmente valiosos como Arroz amargo (Giuseppe De Santis, Italia, 1949), que fue vista más en clave erótica ya que convertía a Silvana Mangano en el oscuro objeto del deseo masculino en una España carpetovetónica; Noble gesta(Luigi Zampa, Italia, 1947), La vieja dama indigna y Ruda jornada para una reina(Rene Allió, Francia, 1965, 1973) con una inigualable Simone Signoret; Delito de amor (Luigi Comencini, Italia, 1974), que al igual Skilwood, implicaba una denuncia ecológica muy potente y además era mucho mejor.

Entre unas y otras podemos anotar una curiosidad: Yo creo en ti(Call Northside 777, Henry Hathaway, USA, 1949), un extraño policiaco basado en una historia real. En 1932, Frank Wiecek fue condenado a 99 años de prisión por un crimen que no cometió. Doce años después, su madre, que años tras años limpiando pisos ha ahorrado 5.000 dólares, centavo a centavo, publica un anuncio ofreciendo ese dinero como recompensa para quien le dé la información que permita descubrir al verdadero criminal. Un escéptico periodista inicia una investigación…Es la integridad de esta señora de la limpieza (Helen Walker) la que mantiene toda la trama. La que lleva al hijo a resistir y al periodista a no ceder antes las presiones. A añadir que en Cortina rasgada (USA, 1966) Alfred Hitchcock subraya el duro trabajo de las fregonas en las universidades para subrayar como los “comunistas” maltrataban el trabajo.

Un tramo más adelante nos encontramos con una maduración temática ligada a la filmografía de la “nouvelle vague” o al “free cinema” nos revelan una nueva mirada, amén de un cierto número de títulos dignos de revisión como Dos o tres cosas que yo sé de ella (Jean-Luc Godard, Francia, 1967) con una estupenda Marina Vlady que luego encarnará a una mujer del 68 en Le temps de vivre (Bernard Paul, Francia, 1969). Sin embargo, no será hasta más tarde, con títulos tan lúcidos como La encajera (La dentellière, Claude Goretta, Suiza, 1977) que incide sobre un punto neurálgico en toda opresión: el de la autoestima, que se puede hablar de un cine feminista y de clase con una conciencia clara de la magnitud de la cuestión. En esta lista se incluyen títulos duros y complejos como La ceremonia (Claude Chabrol, 1995) que refleje la dimensión más dramática de la diferencia de clases a través de un motivo criminal, como ese asesinato de una familia burguesa completa a disparos de su doncella y una marginada empleada de correos Otra de las manifestaciones de la conciencia feminista ha venido de la mano del interés por aquellas mujeres que han afrontado oficios supuestamente opuestos a la feminidad, bien sea por sus solicitaciones físicas, bien por su competitividad con los hombres resulta patente en La chica de la fábrica de cerillas (Aki Kaurismäki, Finlandia, 1990), una película indispensable cuya veracidad garantiza una buena discusión.

El paisaje se convierte en desolador si pasamos por la filmografía franquista, no hay que olvidar que las mujeres fueron las principales derrotadas de la guerra. La mujer como “reposo del guerrero” resultaba omnipresente en la filmografía arribaespaña, en un listado que va desde Raza (J.L. Sáenz de Heredia, 1941) hasta La fiel infantería (Pedro Lazaga, 1960, con guión de Rafael García Serrano). Durante este tiempo hubo un grupo de actrices especializadas en cometidos de criadas, recordemos esa maravilla de Berlanga llamada Plácido (1961), siendo de lejos la más famosa y creativa Rafaela Aparicio que solía gastar doble filo.

Con la llegada del “desarrollismo” en los años sesenta aparecen las primeras mujeres que non esposas o criadas, mujeres representantes de “lo moderno” en títulos del nivel de Muchachas de azul (Pedro Lazaga, 1957), Las aeroguapas (Eduardo Manzanos, 1957), Las secretarias (Pedro Lazaga, 1968) por no hablar de “piezas” como Las mujeres un buen negocio (Valerio Lazarov, 1977) a la mayor gloria de Manolo Escobar, una franja que aparece ligada al llamado cine de destape entre cuyos componentes eran bastante habituales las criadas “verdes” a la manera de Zorrita Martínez (1975) filmada por el nacional-católico Vicente Escrivá que marca el “descubrimiento” de Nadiuska como mito erótico de andar por casa.

Esta línea populachera con chicas de la limpieza, tan “salerosas” y deseosas de casarse con un fontanero, fue harto representativa del tardofranquismo presuntamente bonachón. Entre sus títulos más conocidos se incluyen: Las que tienen que servir (José Mª Forqué, 1967) en las que las componentes de la servidumbre castiza tratan de imitar el comportamiento y el estilo de las relaciones sentimentales de los norteamericanos o su casi “remake”, o ¡Cómo está el servicio! (Mariano Ozores, 1968), dos expresiones harto representativas de lo que algunos llamaron “fascismo de teléfono blanco”. El turismo es un gran invento (Lazaga, 1968), una comedia “gárrula” que deviene casi en un documental por cuanto refleja el desarrollo del sector turístico en España, muestra una mano de obra que se sobreentiende va a resultar beneficiada ya que ya entonces “los puestos de trabajo” aparecen como la gran excusa. Aparte de una considerable ración de canciones pegadizas y de suecas haciendo de suecas en bikini delante de “españolitos” patéticos, sigue siendo un buen ejemplo del “cine de barrio” que tanto entusiasma a “nuestro” ministro de cultura.

Por supuesto que dentro de este cine existieron excepciones. Quizás la más incisiva de todas fue la serie que Fernando Fernán-Gómez realizó “inocentemente” con Analía Gade, en particular Sola para hombres (1960), en la que los hombres son unos “panolis de cuidado y una chica seria y eficiente consigue convertirse en la primera mujer funcionaría de un Ministerio en la España de principios de siglo XX en la que solamente faltaba el letrero de “Vuelva usted mañana”. Una curiosidad: a los productores ligados entonces al PCE no les gustó la sátira del parlamentarismo.

No existen muchas películas en las que las criadas/criados sean las protagonistas. Normalmente aparecen como personajes secundarios, personajes muy diversos normalmente “complementarios” –como detalles menores– de los héroes, así, por citar un ejemplo está el que se ofrece en El Álamo (USA, 1960), donde el personaje encarnado del legendario Jim Travis (Richard Widmark) cede la libertad a su esclavo que no la acepta, no en vano su director era John Wayne), como espejo de una secular tradición de menosprecio hacia los que tienen que vender su fuerza de trabajo a los de rango superior, un sentimiento de superioridad (a la que le corresponde otra de subestimación) que se pierde en los tiempos.

A parte de algún que otro título de excepción como Le journal d’une femme de chambre (aquí titulada Diario de una camarera, aunque “femme de chambre” se refiere al servicio en Francia) una adaptación de la novela del escritor anarquista francés Octave Mirbeau (1900) llevada al cine por Jean Renoir, pero sobre todo por Luis Buñuel y Buñuel, y que supuso un cruel e hilarante retrato de esa ridícula burguesía derechista de provincias. Existe otra versión más reciente, la de Benoît Jacquot (Francia, 2015), mucho más ajustada al original pero sin la mala uva de la que Jeanne Moreau y Michel Piccoli interpretaron para Buñuel. Otra variante que apunta igualmente sobre la decrepitud burguesa es The Servant (RU, 1963), escrita por Harold Pinter y realizada por Joseph Losey en su mejor momento y con interpretaciones de primer orden de Dirk Bogarde y James Fox. Se trata de dos de los títulos más penetrantes sobre la dialéctica amo-criado, descripciones logradas de unas relaciones condenadas de antemano.

Esta última película –un auténtico clásico– supuso en su momento una punzante metáfora sobre lo que esconde las situaciones de servidumbre, toda una institución que en Gran Bretaña se ha mantenido a través de los tiempos como expresión –ocultada- de los beneficios del Imperio, los mismos que permiten una cierta armonía entre amos y criados tal como resulta expresado en la tupida trama de una serie televisiva del prestigio de Upstairs, Downstairs (Arriba y abajo), emitida en la década de los ochenta, obra de Jean Marsh (creador) servida por un proverbial equipo de actores de la mejor escuela británica. El éxito y el modelo se reproduce con talento e incluso convicción con Downton Abbey de Julian Fellowes (creador), donde ambos estamentos vienen a representar como una colmena que funciona mientras cada cual cumple su función debidamente. Que nadie busque de donde procede las riquezas representadas por la lujosa mansión en la que unos amos aparecen tan arraigados y tan naturales como los árboles y las grandes casas en las que siguen siendo los señores por la gracia de Dios (y del Imperio).

Actualmente llama la atención las imágenes preturísticas de una Florencia de luz tenue bajo el fascismo retratada Giuseppe Rotunno en la magistral Cronica familiare (Valerio Zurlini, Italia, 1963) o la oscura Venecia de Luchino Visconti de Le notti bianche (Italia, 1957) que traslada a un Fedor Dostoievski de difícil traslación De hecho, desde los años cincuenta ese turismo masivo hará su irrupción como ya resulta ostensible en la encantadora Locura de verano (Summertim, RU, 1955), desde las que David Lean describe los sueños de una turista solterona (Katherine Hepburn) en un ambiente en el que todavía la vida de los de fuera y los dentro mantienen una dimensión humana, calurosa. Tendrían que pasar unas........

© Kaos en la red


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