La Revolución del 36
Reflexiones en torno al libro “Los Amigos de Durruti en la revolución española”, editado por Anarres en la República Argentina, por Pepitas de Calabaza/FAL en el Estado español y por Les Amis de la Roue en Francia
A los casi noventa años de la revolución del 36, los que hoy se consideran anarquistas o anarcosindicalistas, no pueden sentirse optimistas al respecto. La revolución fue aplastada y no por falta de condiciones. Se perdió una oportunidad única. La responsabilidad de los antepasados planea como una espada de Damocles sobre la cabeza de sus herederos. Claro está que las cosas ahora son diferentes: las contradicciones entre Capital y Trabajo no han vuelto a llegar al punto de tensión extrema de entonces. Un abismo separa al capitalismo espectacular tecno-financiero actual del capitalismo de los años treinta del siglo pasado, y las clases medias asalariadas desempeñan ahora una función en la economía y en la política más importante que la de los simples obreros de fábrica y del campo. La perspectiva revolucionaria, más extraña que nunca, no podría impulsarse ni desde una vulgata doctrinal reconstruida para uso militante, ni desde un activismo limitado de tipo político o sindical. Así solamente obtendríamos una mayor confusión. Como mínimo, para comprender la realidad presente y así poder combatirla, los verdaderos agitadores y propagandistas, especialmente los libertarios, habrán de empezar ajustando cuentas con el pasado, su pasado. Solo así podrán legitimar su herencia y reivindicarlo como propio.
La revolución española partió en dos el movimiento libertario, tanto a escala local como internacional. Para el anarquismo, existe un antes del 36 y un después. La división fue irreversible, tal como se demostraría al paso de los años. En lo sucesivo, nunca más se volvió a hablar con propiedad de anarquismo, a secas, sino de anarquismos, en tanto que formulaciones de una ideología confusa bastante alejadas unas de otras. Durante la guerra civil, una posición puso el acento en los principios doctrinales y los fines; la otra se centró en la táctica que imponían las circunstancias y los medios. En consecuencia, surgieron opuestos e irreconciliables un anarquismo purista y un anarquismo de Estado. Todas las variantes de la ideología se situaron alrededor de uno u otro de esos dos polos, el de la ortodoxia y el del gobierno, o si se quiere, el de los ideales y el de las instituciones. Es preciso aclarar que, al hablar del movimiento libertario, me estoy refiriendo a un sector concreto del movimiento obrero y campesino históricamente acotado, es decir, con una existencia precisa a lo largo de la historia. No aludo ni por asomo a las sucesivas versiones del mismo, reflejo de las modas y vicisitudes filosóficas que el desarrollo tecnológico del régimen capitalista ha provocado en las partes vulnerables de una población mundializada a la fuerza: jóvenes universitarios, funcionarios, empleados y multitud marginada por razones económicas, culturales o de raza, religión, origen, género, sexualidad, etc. Aunque obviamente merezcan la atención, ello desplazaría el debate a terrenos muy alejados de la problemática bélica y revolucionaria del 36, que es el objeto del libro que hoy venimos a comentar.
El 19 de julio de 1936, cuando se produjo el levantamiento popular contra el golpe militar promovido por las fuerzas reaccionarias del país, se desencadenó un proceso revolucionario que despertó el entusiasmo de todos los insumisos y rebeldes del mundo. De una forma u otra estos cifraron sus esperanzas en aquel “verano de la anarquía.” Creían estar en los comienzos de esa “lucha final” que la dureza del régimen capitalista y los triunfos del fascismo hacían tan necesaria. Por fin la situación había madurado lo suficiente para que el anarquismo saliese de su confinamiento dentro de minorías proletarias. Para los anarquistas de todas partes era la ocasión, servida en bandeja por la historia, de una revolución auténtica venida para demostrar al mundo, y especialmente a los trabajadores, la idoneidad de sus ideas, en absoluto utópicas, indicando inequívocamente la vía directa y no autoritaria hacia la libertad, la justicia social y la emancipación. De este modo saldría a plena luz del día el engaño tanto del reformismo socialdemócrata, como de la dictadura leninista de partido, quedando públicamente aclarado el espejismo del comunismo autoritario, la forma más perversa revestida por la tiranía y la explotación. Se originó de inmediato una ola de solidaridad en las filas revolucionarias del proletariado mundial, desgraciadamente demasiado exiguas como para pesar en la balanza con una fuerza equiparable a las del fascismo y el estalinismo. La mayoría del proletariado, encuadrado en organizaciones reformistas y autoritarias, no se movilizó. No obstante, la lucha de los obreros y campesinos españoles apasionó como nunca antes y nunca después a los partidarios de una sociedad libre e igualitaria, sin clases ni jefes. Las organizaciones anarquistas incrementaron sus filas, su prensa aumentó la tirada y su posicionamiento empezó a ser tenido en cuenta. Abundaron los comités de ayuda y se multiplicaron los voluntarios. Desgraciadamente, la revolución española interesó más aún a la dominación, ya fuera de derechas o de izquierdas, democrática o totalitaria, pues ponía en peligro sus intereses. Así pues, se quiso aislarla con un Pacto de No intervención, que no respetaron ni la Alemania Nazi, ni la Italia Fascista, ni la Rusia soviética. La guerra civil española se internacionalizó instantáneamente. Durante tres años, todas las potencias moverían pieza en relación con ella, forzando los movimientos de las partes contendientes.
Las primeras inquietudes en las filas anarquistas surgieron al postergarse la revolución con el pretexto de no imponer una........
© Kaos en la red
visit website