En relación a los procesos tibios de “socialismo capitalista” (digamos: socialdemocracia), vale recordar lo dicho por la revolucionaria polaco-alemana Rosa Luxemburgo: “No se puede mantener el “justo medio” en ninguna revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión rápida: o la locomotora avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la historia, o cae arrastrada por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y arrollará en su caída a aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad de camino, arrojándolos al abismo”.
“Izquierda” es un término demasiado amplio, impreciso incluso; de todos modos, permítasenos usarlo aquí para dar a entender todas aquellas fuerzas políticas y/o sociales que bregan por un cambio respecto al sistema capitalista. Entra allí, por tanto, un muy extendido abanico de opciones y alternativas, desde grupos alzados en armas hasta partidos políticos que se pliegan a la institucionalidad vigente, desde movimientos sociales más o menos sistematizados o espontáneos hasta grupos académico-intelectuales. Exagerando quizá, podría decirse que mucho del movimiento de ONG’s que se ha venido dando en estos últimos años, en términos amplios podría considerarse “de izquierda”. La característica común que une a toda esa amplia masa es el deseo de transformar el modelo socio-económico vigente o, incluso, en que abre críticas puntuales a injusticias que se dan dentro de ese modelo, aunque haya profundas diferencias en la forma de buscarlo. Sin enfrascarnos en una elucubración teórica en torno a cómo definir “izquierda” -porque estas breves líneas no dan para eso, ni la capacidad de su autor-, puede decirse que toda crítica que se abra contra el sistema puede ser considerada, tal vez en un sentido un tanto laxo, con un talante izquierdoso. De todos modos, no puede dejar de mencionarse que el término da para mucho. Solo a título de ejemplo: cuando en Argentina ganó las elecciones Fernando de la Rúa en 1999 (con un partido tradicional, de derecha, para nada transformador), para algún analista político europeo -sin dudas convencido de la racionalidad de las elecciones democrático-burguesas periódicas- eso fue un triunfo de la izquierda. Y para una visión ultra reaccionaria -tal como hoy día va ganando espacio en diversos puntos del mundo- un tibio socialdemócrata que no pretende cambiar nada de raíz, ya constituye un “peligro comunista”, que traerá el ateísmo, el fin de la familia tradicional y la reivindicación de la homosexualidad, entre otras plagas bíblicas. Sin dudas el campo popular y las izquierdas han sido tan castigadas en estas últimas décadas que una muy leve bocanada de aire algo más fresco -los progresismos latinoamericanos recientes- puede sentirse como un profundo cambio (efecto ilusorio, sin dudas. Espejismos que surgen ante la falta real de alternativas válidas, proceso humano totalmente comprensible). América Latina no es pobre. Por el contrario, como sub-continente es uno de los lugares con mayor riqueza natural del planeta. Inconmensurables tierras fértiles, agua dulce al por mayor, enormes selvas tropicales, petróleo (ahí están las mayores reservas mundiales: Venezuela precisamente, tan apetecida por el imperio del norte), gas y vastos recursos minerales (en cuenta los principales yacimientos de materiales cada vez más necesarios para las industrias de punta), litorales marítimos plagados de vida, energía hidroeléctrica en cantidades fabulosas, todo ello la convierten en un “paraíso”. Pero curiosamente, pese a esa riqueza, las diferencias entre quienes más poseen y los más desposeídos son de las más grandes del mundo (se diría que, más que paraíso, hay ahí un “infierno”). Conviven ahí magnates extravagantes con riquezas incalculables junto a poblaciones terriblemente empobrecidas. Junto a barrios ultramodernos en las principales urbes (mansiones con helipuertos custodiadas por ejércitos de guardaespaldas y vehículos de altísima gama, solo para “elegidos”) hay poblaciones viviendo en situaciones de siglo XIX en áreas rurales, o apiñadas en tugurios urbanos de inusitada pobreza y violencia, sin acceso a los servicios básicos más elementales. Regímenes militares en prácticamente todas sus naciones durante el pasado siglo hicieron de Latinoamérica una tierra de represión marcada a sangre y fuego. Las frágiles democracias existentes actualmente, totalmente formales, con unas pocas décadas de existencia, no logran -ni lo pretenden, en realidad, más allá de pomposas declaraciones que nadie puede tomarse en serio- terminar con las desmesuradas asimetrías económico-sociales reinantes. Un elemento sumamente importante en el análisis geopolítico de la región es el papel que juega Estados Unidos. Desde inicios del siglo XIX, cuando ya despuntaba como potencia comenzándole a disputar la supremacía a los países centrales de Europa, el país del norte comenzó a ver a Latinoamérica como su zona natural de influencia, su patio trasero, como suele decírsele. La llamada Doctrina Monroe, formulada en 1823, lo dejó establecido: “América para los americanos” (obviamente, los del Norte). Desde ese entonces, y durante dos siglos, las vicisitudes políticas de la región pasan indefectiblemente por lo que se decide en la Casa Blanca. Latinoamérica es un área vital para Estados Unidos, pues de la zona extrae (roba) innumerables materias primas (petróleo, minerales estratégicos, biodiversidad de sus selvas tropicales, agua dulce, etc.), mano de obra barata con la cantidad de migrantes irregulares que marchan hacia su territorio, un pago continuo de los servicios de las deudas externas con que su banca tiene amarrados a los países de la región, productos y servicios que les impone. Es por eso que custodia el sub-continente latinoamericano al milímetro con más de 70 bases militares y la IV Flota de su Armada navegando por las costas caribeñas y sudamericanas. Nada de lo que pasa en los países de la región escapa al escrutinio inapelable de Washington, y menos aún con el nuevo escenario global que se está reconfigurando, con China y Rusia -encabezando los BRICS - que comienzan a tener una presencia creciente en el espacio latinoamericano. Producto de una furiosa y sangrienta represión vivida en las últimas décadas del siglo XX y de un bombardeo ideológico-cultural inmisericorde y constante, dado a través de medios masivos de comunicación y las actuales redes sociales, el discurso dominante que se ha impuesto con fuerza apabullante es de derecha, conservador, entronizando el libre mercado, denostando todo lo estatal, criminalizando la protesta social, y a la vez estimulando un grosero individualismo hedonista, logrando de ese modo reemplazar en la ideología del día a día cualquier intento de cambio. La única salida a la crisis se vislumbra a título personal: marchar como migrante irregular hacia las presuntas islas de esplendor, como........
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