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Ojo que mancha
Allá por 2001, Maradona, aquel superdotado del arte de controlar, driblar y colocar el balón justo en el lugar en el que los demás solo aspiraban a soñar pero también, fuera de los campos, protagonista de una biografía enloquecida y tumultuosa, se despedía del fútbol en activo. Lo hacía en la Bombonera, el estadio del Boca Juniors, el equipo que le había visto debutar siendo un chaval. Ante un lleno hasta la bandera de aficionados que le consideraban un dios en la tierra, tomaba el micrófono y desde el centro de la cancha dejaba para la posteridad un discurso de amor a su profesión asegurando que por más que........
© Gaceta de Salamanca
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