Reír por no llorar
Vamos a ver, no querría parecer una persona despreciable, caradura y digna de acabar en el peor de los infiernos, ¿pero no os pasa que a veces (por no decir siempre) os cogen ataques de risa en situaciones en las que no están bien vistos? A modo de ejemplo, para que me entendáis un poco más: la típica escena en una clase de instituto en la que la profesora te dice que dejes de reírte y cuanto más te lo dice, más esperpéntico te parece todo (incluso tienes la impresión de que se le deforma la cara) y más ganas tienes de reírte. Escena, cabe decir, que suele acabar con una expulsión y un discurso moralista. Lo más triste (y cómico) del asunto es que los ataques de risa más intensos que se han registrado hasta ahora en nuestro planeta no han sido provocados —como se esperaría— por un chiste elaborado por un gran erudito de la comedia, sino por una tontería, una tontería que en cualquier otro momento de nuestra vida nos habría parecido ordinaria y nos habría entrado por una oreja y nos habría salido por la otra, pero que ese día —no sabemos si a causa de un desajuste hormonal o neuronal— nos parece la cosa más graciosa del mundo. Ya sabéis de qué os hablo: un moco en la nariz de alguien, un peinado extravagante, una expresión........
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