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La tenacidad de Tarradellas

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02.01.2024

Ni siquiera la obligación de hacer buena cara y de hartarse de comer al día siguiente a una gran fiesta da tanta pereza como escribir o leer un artículo de política. Los políticos todavía están de vacaciones y los problemas van para largo. El año no pinta bien y la década tampoco, por más que algunos insistan en vender ungüentos con la esperanza jesuítica, de red social, tan típica del país. Me parece que este es un buen día para recuperar un fragmento del libro de memorias de Macià Alavedra que he empezado a reescribir. Espero que los suscriptores de Casablanca me lo perdonen. Me parece que da perspectiva, ahora que se habla tanto del retorno de Puigdemont para tapar las vergüenzas de la democracia española.

(...) Gassol trataba a mi padre de “hermano”, y con Tarradellas también se querían mucho. Yo heredé su afecto y tengo que decir que admiro su figura política, cosa poco frecuente en los ambientes de Convergència. Dentro de mi partido, con quien más me parece que coincido respecto a Tarradellas, es con Jordi Pujol. Los dos presidents se valoraban mucho, a pesar de la rivalidad política que los enfrentaba. A Tarradellas quizás le costaba más reconocerlo porque era más viejo y porque venía de aguantar la Generalitat en el exilio con penas y trabajos, pero me consta que la admiración era mutua.

Cuando nos encontrábamos en un ambiente distendido, a Tarradellas le gustaba hacerme contar una anécdota reconstruida por él mismo y por mi madre que dará una idea de quién era este hombre. Una tarde, cuando tenía dos o tres años, estaba jugando en la casa familiar de Banyoles con mi madre y, de repente, vi un Hispano Suiza que paraba delante de la puerta. En las casas de Banyoles la puerta de la entrada siempre estaba abierta y daba a una sala grande que hacía a la vez de recibidor y de distribuidor. Desde aquella sala vi a un chófer con gorra y polainas que abría la puerta del coche a un tipo de casi dos metros. Tarradellas llevaba un abrigo largo que le caía hasta los pies y un sombrero borsalino como el de las películas de Jean-Paul Belmondo. Mientras aquella figura bajaba del coche y se desplegaba aguantándose el sombrero, un golpe de viento levantó un remolino de polvo en la calle. Ver aquel personaje que salía de una nube de polvo y entraba en casa aureolado por los rayos de sol de la hora baja que le caían por la espalda, me impresionó tanto que me agarré a las faldas de mi madre y, petrificado en medio de aquel recibidor que me parecía tan inmenso, le pregunté: “Mamá, este señor es Dios nostru senyor?».

Tarradellas gozaba cuando me sentía explicar esta anécdota en público. Para mí que aquel........

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