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Adiós y hasta el año que viene

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08.01.2025

Sentados en la mesa para celebrar la comida de Reyes, todo el mundo comenta las ganas de que acaben las fiestas de Navidad. Un deseo que también manifiestan los amigos y conocidos que te reencuentras por la calle o en una cafetería de estas tan poco glamurosas que crecen como setas venenosas por toda la geografía catalana. Y es que este invento de las fiestas navideñas es tan estresante por la obligación de ser feliz y con tantas fechas señaladas en el calendario, que se hace difícil empezar el año sin una sensación de pesadez en el estómago y de vacío emocional que, junto con las cuentas corrientes en números rojos, hacen cierto eso de la cuesta de enero.

A pesar del cansancio por unas fiestas pasadas de anabolizantes emocionales y calóricos, tengo que reconocer que el roscón de Reyes es uno de mis dulces favoritos, junto con la coca de San Juan, y que la espero con el mismo prurito que un niño espera la llegada de los Reyes Magos. Son las pequeñas grandes cosas de unas fiestas que se viven mejor con los ojos de un niño, los "locos bajitos", como cantaba Serrat, capaces de ver cosas que los adultos ya no vemos.

Horas antes de la llegada de sus Majestades de Oriente, hablaba con un amigo e intentábamos recordar qué día y en qué circunstancias descubrimos que Melchor, Gaspar y Baltasar vivían en casa y no supimos averiguarlo. En mi caso, creo que fue progresivo y que lo tuve claro ya........

© ElNacional.cat


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