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Pobreza
Opinión | EL RUIDO Y LA FURIA
Juan Gaitán
compartir piso
Esta historia nunca le he contado más allá del círculo cerrado de la familia, en sobremesas con mi hija y mis sobrinos. Me la contó mi padre poco antes de que su memoria se convirtiera en un campo de Agramante. En su juventud, acaso sobre los dieciséis, diecisiete años, la única ropa que poseía era el mono de trabajo que llevaba puesto. Mi padre ejercía de tornero (sería entonces aún aprendiz, todo lo más oficial de tercera) en un taller mecánico, seis días a la semana, de lunes a sábado. El domingo se lo pasaba en la cama, desnudo, mientras mi abuela lavaba esa única prenda para que el lunes pudiera ponérsela limpia y regresar al........
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