Del honor al orgullo
Varias personas durante la 25ª edición de la Carrera de Tacones. / Fernando Sánchez
Hasta principios del siglo XX la vida estuvo regulada por estrictos códigos de honor que introducían a los sujetos en una mecánica de lo supuestamente mejor: las ofensas tenían que ser satisfechas de un modo preciso, el decoro se exigía como prueba de la honorabilidad y los modales pretendían dar la medida de la dignidad.
El honor animaba buena parte de los sistemas sociales antiguos en los que el oficio guerrero tenía una posición central. El declive del paradigma guerrero que sobreviene tras la II Guerra Mundial y la pavorosa amenaza que significa el armamento nuclear, fue la última crisis que arrumbó el honor al archivo de las palabras antiguas. Merece la pena pararse a pensar en el significado de un hecho nada frecuente en la historia europea: tras De Gaulle no ha habido un solo jefe de estado o primer ministro democrático de oficio militar en toda Europa occidental.
Tribuna
Así que es difícil que quienes vivimos en las sociedades más igualitarias e informales de la historia, podamos advertir la exhaustiva tipificación de lo correcto y lo incorrecto que atravesó las mentalidades de todas las épocas, sobre todo entre las elites en el poder, ya fueran aristocráticas o burguesas. De hecho, para nosotros la idea misma de unos modales distinguidos supone un entorno de desigualdades vinculadas a diferencias de origen o de estatus.
La democracia empezó siendo reacia a cualquier clase de diferencia formalizada, también la expresada en los modales. Y de........
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