Illa, la lealtad y el proceloso camino
La llegada de Salvador Illa a la Presidencia de la Generalitat ha estado marcada por la sencillez y brevedad de las ceremonias. Esa sobriedad, por ende, destaca más por contraste con la astracanada montada por Puigdemont y su compañía.
El nuevo presidente ha prometido ejercer su cargo, en primer lugar, con "fidelidad al Rey, a la Constitución y al Estatuto de Cataluña". En otro lugar la cosa no tendría especial importancia, y sería casi una cláusula de estilo, pero conociendo la pequeña historia catalana de los últimos años, se trata de una declaración casi revolucionaria, pues venimos de una triste y vergonzosa experiencia en la que las primeras autoridades (presidente de la Comunidad Autónoma y alcaldesa de Barcelona) mostraban su épica gallardía no asistiendo a ningún acto presidido por el Rey, ni en Barcelona ni en ningún sitio. Para unos era una exhibición de mala educación, para otros un abuso del cargo para imponer una posición propia repudiada por muchos catalanes, y, finalmente, para los indepes, una necesaria manera de demostrar al jefe del Estado la “subsistencia” del conflicto a la vez que se le recordaba que “los catalanes no lo habían elegido”.
Patético, pero así ha sido, y algunas consecuencias están en la mente de todos. Se podría añadir la indisimulada simpatía con la que las autoridades independentistas vieron siempre los insultos al Rey en las más variadas formas. Eso puede volver a suceder, pero, cuando menos, que no sea con el calor de los responsables máximos de Cataluña.
No ignoro que lo que se pueda decir o prometer en una toma de posesión tiene un valor limitado y casi protocolario, pero en Cataluña dirigirse en primer lugar al Rey marca, absolutamente una línea de conducta, en la que, se supone, no volveremos a ver ausencias del Gobierno catalán en eventos importantes, como las reuniones de presidentes de las CCAA, o la asistencia a celebraciones presididas por el Rey.
Ojalá que sea así, porque eso es lo adecuado al principio de lealtad constitucional que, inexcusablemente, ha de guiar la actuación de todos los responsables públicos, y en........
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