Cuando el calor arrecia a las jerezanas maneras
El calor imprime en la ciudad un cierto sesgo plúmbeo muy en la línea de ciertas atmósferas urbanas de las películas de Claude Chabrol. El calor no admite sopesar su fase de meritorio. Entra -¡qué diantre!- con bravura de vaivén. El calor es largo de casta y jamás se viene abajo después de la tanda de picas de la brisa marítima que a Jerez no alcanza. El calor se muestra insensible a la tregua, como un correveidile de la hueste de Vito Corleone -interpretado con expresión puntiaguda por Marlon Brando-. El calor despega de inmediato, como una propaganda carente de remedios etílicos. El jerezano a veces busca remedios en el frescor de un libro entreabierto, por ejemplo de sutilezas verbales de Blas de Otero. La ciudad entonces se inunda de flama, como un escozor derivable de su complejidad temperamental. Empero el ambiente no resulta atrofiado, sencillamente surge de sopetón –sin melindres ni menudeos a la caza de grillos- el lustroso plantón del respetable público al acerado. Y se hizo la música callada o la soledad sonora, tan de la escritura reflexiva de san Juan de la Cruz. El calor demuestra destreza de auriga. Y fortaleza de remero de Judá Ben-Hur, galeras intramuros, a las órdenes del comandante de la flota Quinto Arrio. Boga larga a compás, boga de........
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