Contracrítica: Víctor Frankenstein, el monstruo y las tinieblas en torno...
La vida de los monstruos es azarosa. Se les cree invencibles, llenos de energía, inmortales, pero en realidad se trata de criaturas solitarias, cuya maldición reside precisamente en la manera en que sobresalen por encima de la media. La humanidad no está lista para un grado de aceptación tan alto y con demasiada frecuencia emite las condenas más férreas para aquellos que no reposan dentro de los cánones. Algo así pareciera que se nos dice en el último filme de Guillermo del Toro Frankenstein, basado en la obra de Mary Shelley que es una de las muestras primigenias de la literatura moderna fantástica.
A tenor con los clásicos, el mundo pareciera revisitar nuevamente esas regiones del pensamiento de siglos anteriores en las cuales se estaba definiendo la ontología del sistema y el ser humano era moldeado a imagen y semejanza de su propia rebelión contra lo sobrenatural mediante la ciencia y los descubrimientos. Para comprender la tesis del filme y su huella genealógica con relación a la obra literaria, debemos remontarnos hacia finales del siglo XVIII e inicios del XIX, en plena Revolución Industrial, cuando el mundo de las máquinas irrumpía llevándose de largo cualquier tipo de superstición. Al lado de la ciencia, las viejas creencias parecían fábulas, pero la modernidad también crearía sus propios mitos, sus sombras y dobleces.
Nada hubo más torcido que ese camino hacia los hallazgos médicos, los adelantos eléctricos y la experimentación con los cadáveres. La propia Mary Shelley se inspiró en tales sucesos —muy comunes entre un grupo de la comunidad científica— para idear su propuesta. Esta obra, surgida durante un retiro al cual acudieron los Shelley y su amigo Lord Byron en Suiza en el año sin verano, cuando el frío se enseñoreaba sobre el continente creando oleadas de enfermedades y muerte; ha sido versionada muchas veces en el teatro y el cine. En la ocasión que nos compete, se trata no solo de una adaptación, sino de un ejercicio cocreativo en el cual del Toro ha vertido el talento y esas ideas que son tan abundantes en las tesis de sus filmes.
¿Se puede insuflar vida a un cadáver mediante la ciencia?, ¿podemos jugar a ser dioses? Esas son las preguntas morales que surgen de esta obra. La recurrencia al mito de Prometeo no es baladí, sino que funciona como la base proteica de este filme lleno de alusiones culturales a las grandes obras referenciales como El Paraíso Perdido de John Milton o la Biblia. ¿Cómo sería un ente creado por el hombre?, ¿Tendrá alma, inteligencia, emociones? A lo largo de la cinta vemos cómo esas cuestiones filosóficas se esbozan a partir de un complejo entramado de hechos que poseen un parentesco directo con la obra literaria, pero que no dudan —cuando resulta vital— en apartarse de la literalidad y hacer su propia interpretación. Del Toro sabe que vive en un momento distinto de la historia de la humanidad y que la frase latina memento mori (recuerda que morirás) posee hondas implicaciones que es menester actualizar, colocar en contexto y llevar hacia nosotros. El humano es el único ser que —al morir— se pregunta por sus propios límites y ello lo lleva directo al pensamiento. Es la........





















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