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Sofía 

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14.12.2025

Aquel año las rivalidades habían saltado por los techos de la villa, cayeron con estruendo a través de las lenguas de los vecinos que se lanzaban retos por encima de las tapias de los patios y más allá de las tendederas de ropas viejas y raídas que se lavaban con precariedad en las viviendas más humildes de Remedios. Esas frases se tornaron duras, casi inmóviles, reinaban en los diálogos comunes, aparecían en las charlas antes tranquilas de los barberos y que ahora eran como torbellinos repletos de tormentas. El Carmen y San Salvador —en una porfía que vino in crescendo a lo largo de décadas— se tornaron no solo rivales, sino dos visiones de la vida en la sociedad, dos polos enfrentados, cuyos miembros llegaban a mirarse con ojeriza.

San Salvador había salido el día 8 de diciembre con un gavilán de madera —símbolo del bando contrario— al cual mataba ritualmente un cazador hecho de cartón que levantaba un fusil. Los vecinos coreaban con fanatismo las canciones del barrio mientras recorrían la calle de la Bermeja hacia abajo, dejando a su paso una nube de polvo colorado y de maldiciones de los carmelitas que los miraban desde las puertas de las casas y los postigos. El 15 de diciembre, El Carmen les respondió a los sansarices. Una columna de personas iba por la calle Ánimas hacia abajo, con un gallo de papel al cual quemaron en las inmediaciones de la casa del presidente del barrio adversario. Una vez más, se dieron choques de palabras, se lanzaron dicharachos y se ridiculizó al bando contrario mediante iniciativas entre grotescas y cómicas.

En el año 1936 —o sea el anterior— ambos barrios se declararon vencedores, debido a que las obras que sacaron a la calle eran tan perfectas que resultaba imposible decantarse por una u otra. Los sansarices construyeron un faro con todo el decorado y el lujo posibles, las luces encendieron por la noche y llenaban la plaza con sus iridiscencias. El autor, Celestino Fortún, alcanzaba la consagración con dicha obra y se ganó el puesto de realizador insignia del barrio. El Carmen, en cambio, hizo una fuente luminosa que funcionó a la perfección combinando agua y bombillas de colores, pero —a la altura de las diez de la noche— se desató una ventolera. Pronto, el parque de Remedios estaba hecho un chiquero de charcos y fango y el choteo volvió a elevarse. Los sansarices salieron en una rumbita que se burlaba del contrario. Aquella afrenta no se había olvidado y para 1937 los ánimos estaban en su punto más alto.

Sofía acababa de cumplir los 16 años. Su belleza era tan apabullante como el amor que sentía por El Carmen. Desde niña en el seno de su familia se le inculcó el apego por la globa y el gavilán y ella aprendió las rumbas de desafío que se cantaban en las madrugadas de diciembre. A los diez años, era capaz de discutir acaloradamente con sus vecinos sansarices e incluso dejarles de hablar por largas temporadas. Se tomaba muy en serio la rivalidad. A los quince años, dejó clara su voluntad de salir como maniquí de vestuario en las carrozas. Por entonces, las mujeres más bellas de la ciudad se exhibían en la madrugada del 25 de diciembre sobre pequeñas piezas movibles que representaban alegorías. Se sacaban tres y la tercera era la llamada “de triunfo” por ser la mejor decorada, para la cual se había trabajado más.

Sofía Loyola iba a lograr ese año su sueño y para ella se había invertido una alta suma de dinero, comprándole un vestido de algodón. El tema de la carroza era un Patio Andaluz, el cual estaba profusamente hecho con todos los detalles. La carroza se había realizado en secreto en uno de los talleres en los cuales El Carmen solía conspirar, situado hacia el final de la calle Nazareno. Ese año, no obstante, un hombre había venido desde muy lejos con un vaso de agua curando a los más pobres. En un pueblo donde escaseaban los recursos y la atención especializada,........

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