Una boda y más de siete mil funerales
¿A quién no le gusta una buena boda? Ponerse de tiros largos; ellas, con tacones destroza juanetes, ellos; con chaqueta en julio, sudando la gota gorda; ir el convite donde Cristo dio las tres voces; gastar lo indecible en viaje, estancia y regalo; la comilona indigerible; la ingesta anormal de alcohol y aguantar borrachuzos, congas y a Paquito Chocolatero; socializar con gente ajena –recuerdo imborrable: mesa con supernumerario del Opus– y sobre todo: aguantar ceremonias religiosas siendo ateo/a. Todo tiene su recompensa: el poder criticar ferozmente todo lo anterior más los modelitos ajenos y el ridículo general que alberga entre sus fauces todo bodorrio que se precie. Y cuanto más de alto copete, más ridículo si cabe. Ejem.
Como toda actividad humana que se precie, sobre todo si es conflictiva –la historia es el conflicto: primer mandamiento del arte de contar–, el cine se apodera también de los fastos matrimoniales. Un muestrario infinito metido con calzador en el género de la comedia romántica, con garantía de éxito entre el público: una boda es como un cerdo del que se aprovecha todo y sus chacinas –sobre todo la basura super procesada– pueden llenar plataformas de pago para toda la eternidad. Pues eso: pónganse las plumas, que nos vamos de boda.
El modelo, posiblemente la comedia de boda más copiada de la historia es Historias de Philadelphia (1940). Una obra teatral de mecanismo implacable, un reparto mítico y la sofisticación de Cukor al servicio de una historia ambientada en la alta sociedad, que para eso hace bodas más lúcidas –Ejem número 2– hicieron posible esta cumbre del cine que sigue fresca como una rosa. Como la atención mediática que forma parte de la trama: nada nuevo bajo el sol de una prensa cada vez más rosa.
La sombra de esta obra maestra de la alta comedia es alargada y se proyecta sobre incontables películas menos gloriosas de todas las épocas. Como la agradable Cuatro bodas y un funeral (Newell, 1994) en la que al final y, en contra de lo que piensa gran parte del público pro-casamiento, los enamorados, hartos de bodas, deciden vivir juntos sin pasar por el altar.
Mejor no
Los bodorrios son internacionales y traspasan fronteras: en El banquete de bodas (1993) Ang........
© CTXT
visit website