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Un barco llamado ‘Winnipeg’; un capitán llamado Neruda

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12.08.2024

Para empezar, para sobre la rosa
pura y partida, para sobre el origen
de cielo y aire y tierra, la voluntad de un canto
con explosiones, el deseo
de un canto inmenso, de un metal que recoja
guerra y desnuda sangre.
España, cristal de copa, no diadema,
sí machacada piedra, combatida ternura
de trigo, cuero y animal ardiendo.

Pablo Neruda

Muy pocos latinoamericanos, muy pocos seres nacidos fuera de España, han sido más profundamente heridos por la furia y la belleza españolas que Pablo Neruda, o Neftalí Ricardo Reyes Basoalto. Nacido en Parral, Chile, en 1904, Premio Nobel de Literatura en 1971, y uno de los más grandes magos de la lengua castellana. Nació mirando al cielo infinito del universo desde un lugar pequeño y pobre, desde la soledad de una pequeña familia triste con un padre a quien la palabra ‘poesía’ sonaba a enfermedad de desviados del camino. Pero el pequeño Neftalí entendería muy pronto que esa palabra era un sortilegio capaz de abrir todos los caminos posibles. “Viajero inmóvil” le llamó algún crítico mucho después, para resumir de qué manera este coloso del idioma era capaz de sondear el planeta, su geografía, su memoria, sus heridas y su sensualidad interminable, sin levantar la vista del folio y de la tinta verde con que lo preñaba; tal que escribiendo con la misma sangre de la tierra sobre el muslo claro y lujurioso del papel.

Pero lo cierto es que Neruda fue viajero incansable, insaciable incluso; en absoluto inmóvil. Tras abandonar los estudios universitarios consiguió, en 1927, un puesto consular de miseria en Rangún, Birmania, tras lo cual recaló también en Ceilán y Java. Fueron años de profunda soledad juvenil (“Sucede que me canso de ser hombre…”), que dieron lugar a uno de los libros fundacionales, e inmortales, de esa aventura literaria y vital llamada surrealismo: Residencia en la tierra. Un ciclo que incluye varios libros, y que tuvo un abrupto viraje en el verano de 1936: cuando la sublevación militar del 18 de julio detonó la Guerra Civil española, iniciada cuando él vivía en Madrid, donde ejercía como cónsul chileno desde 1934.

Acababa de cumplir 32 años y su vida entera, es decir, su misión poética, su compromiso humano y su pasión inagotable iban a converger en un mismo vórtice catalizador. La guerra de España le sacó de aquel solipsismo angustiado, fértil mientras duró la travesía interna, y ya inútil: tocaba ahora ponerse en primera línea de sí mismo ahí afuera. Pero podemos aventurar que tal cosa nunca se hubiera dado con tal determinación si no llega a ser el momento y el país que fue: la manera en que caló España en las simas más profundas de ese hombre, y la forma en que sintió como propio su desgarro. De ahí que titulara su nueva entrega poética España en el corazón –ubicado en su Tercera residencia–:

Patria surcada, juro que en tus cenizas
nacerás como flor de agua perpetua,
juro que de tu boca de sed saldrán al aire
los pétalos del pan, la derramada
espiga inaugurada.

“Patria surcada”. Muy pocas veces usaría Neruda esa palabra referida a un país, por ser ciudadano del cosmos. España fue para él una excepción. Empezando por el embajador español que conoció antes de llegar a ella, en el Buenos Aires de 1933:........

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