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Traicionar a los muertos

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20.06.2024

Debe de haber algo en todos nosotros que se parezca a Franz Kafka, así como otro algo, simétrico y complementario, que se parezca a Max Brod: el amigo que desobedeció a Kafka, una vez muerto éste hace ahora un siglo exacto, y no sólo se negó a destruir su obra inédita, sino que la entregó en cueros al mundo. Algo en todos nosotros puede ser Kafka alguna vez, pretendiendo arrojar a la hoguera aquello a lo que antaño nos consagramos; sea por hartazgo o por pudor, por autoexigencia o por mandar al mundo, y a uno mismo, simbólicamente a la mierda. Muchas veces se nos subleva por dentro un Max Brod que nos lo impide. Cuál de los dos tiene razón es una cuestión que ni siquiera uno mismo está capacitado a responder: menos aún cuando se trata de otros.

Varias situaciones muy distintas, pero comunes a ese dilema, han coincidido en los últimos tiempos. Tenemos el caso de la cantante británica, muerta hace ya trece años, Amy Winehouse (1983-2011); a quien difícilmente podemos imaginar dictando testamento sobre sus cuadernos de instituto, ni sobre nada en general. Sí era previsible que su querido daddy, Mitch –dotadísimo trepa que volvió a su vida sólo cuando se hizo famosa, y para exprimirla hasta que ya no pudo más–, desvalijara la tumba de la faraona junto con la mummy, y auspiciara la publicación de sus diarios íntimos en el volumen Amy Winehouse: en sus propias palabras, publicado el pasado otoño. Por supuesto, jamás pensando en la caja sino en los fans, a quienes el papá de Amy ha consagrado sus mejores días como se consagró Kafka a la lengua alemana.

También tenemos el caso, menos reciente pero más relevante, del druida cantor Leonard Cohen (1934-2016); de la edición póstuma de su primera novela, inédita durante 55 años, titulada A ballet of lepers (Ballet de leprosos; escrita en 1957). En cada reseña se ha recogido la misma salmodia: que el propio Cohen dijo –no sabemos cuándo ni a quién– que ese libro era para él “mejor” que El juego favorito (1963), su novela siguiente y casi único éxito narrativo –si tenemos en cuenta que la más célebre Hermosos perdedores (1965) no fue bien recibida........

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