Harrison Ford y la llamada del destino
Cierto mago indio –nacido cerca de la aldea donde raptaron a los niños para llevarlos al templo maldito– dijo una vez que destino es “cuando la preparación se encuentra con la oportunidad”. Es decir: sólo si cumplimos con nuestro papel hasta las últimas consecuencias, hasta los bordes, estaremos en condiciones de que cierta posibilidad del Tiempo nos encuentre. Claro que nunca hay leyes exactas en este planeta. También se oye en Andalucía una sentencia arcana al respecto: “Si algo no está pa ti, aunque te pongas. Si está pa ti, aunque te quites”.
En 1975, un joven de 33 años trabajaba de carpintero en la oficina de Francis Ford Coppola en unos estudios de Los Ángeles. Le reclutó el diseñador de la reforma, amigo suyo. El carpintero puso una condición: “Vale, Dean, lo haré, pero sólo de noche”. Porque el joven carpintero era en realidad actor. Llevaba diez años en Hollywood, si bien actuando de manera esporádica por esos días, eligiendo en exclusiva los papeles que le interesaban. De ahí lo de la carpintería. Y lo de trabajar de noche: no por vergüenza de su labor, sino por saber que no le convenía ser visto en ese papel; ni por el dueño de la oficina (con quien había trabajado un año antes en La conversación) ni por otros de la llamada Industria. Pero una de esas noches el amanecer le pilló trabajando. Estaba en el suelo, instalando la puerta de la oficina, cuando emergieron por ella, entre otros, Francis Ford Coppola y George Lucas; este último, el otro director con quien había rodado más recientemente, en una de esas películas que también le interesó hacer, American Graffiti (1973). Así que tuvieron que darse los buenos días.
En 1975, un joven de 33 años trabajaba de carpintero en la oficina de Francis Ford Coppola en unos estudios de Los Ángeles
Al recordar esto casi treinta años después, en un encuentro en televisión con el director Sidney Pollack, el otrora carpintero no pudo evitar relacionarlo con otro momento muy similar acaecido a mediados de los años 60, casi recién llegado a Los Ángeles. Acudió a una entrevista de trabajo con Columbia Pictures que duró apenas “cinco minutos”. Al salir, esperando el ascensor, le entraron ganas de ir al baño. Al salir del baño se encontró con el tipo de la entrevista, que le preguntó si quería el contrato. Tuvo entonces la corazonada de que “si hubiera bajado directamente a la calle”, sin la inoportuna visita al servicio, aquel hombre nunca le habría vuelto a llamar. Igual que en la oficina de Coppola una década después: “Quizás si no llego a estar allí de rodillas, instalando esa puerta”, no hubiera ocurrido. Se refería a acabar enrolado en el casting de una película que, sobre el papel, a muchos se antojaba delirante por entonces: La guerra de las galaxias. (Él intuyó que sería un éxito, aunque “no entre gente mayor de 15 años”.)
Pero George Lucas no estaba dispuesto a repetir con ningún actor con quien ya hubiera filmado. Lo que hizo fue pedir al carpintero que leyera las líneas del buscavidas galáctico Han Solo para probar a otros aspirantes al reparto, dándoles la réplica. “Trescientas personas” pasaron por delante de sus legendarias narices, relataba, hasta que –subyugado quizás por el peso de algo que más de uno llamaría destino–, Lucas se rindió: él era Han Solo. También ayudaría que, para entonces, el carpintero se sabría el papel de memoria.
Harrison Ford nació en Chicago en julio de 1942. Sus padres, Christopher y Dorothy, trabajaron para que fuera el primer universitario de la familia. Pero la experiencia fue sombría para él desde el principio, muy distante de la actividad que desplegó en el instituto. Se sentía al margen –confesaba en el reciente documental de Disney Héroes eternos–, desubicado y sin rumbo. Estudiaba Filosofía y Letras, en la universidad sin lustre de Ripon College, y no conseguía que las clases le entusiasmaran, cosa que se reflejaba en sus notas. Un día se le ocurrió matricularse........
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