Salario emocional
20.06.24
Leo con desagrado la reseña que Nadal Suau dedica en Babelia a la última novela de Juan Manuel de Prada, La ciudad sin luz (Espasa), primera entrega de un novelón que tendrá, al parecer, continuación y cuyo título general es Mil ojos esconde la noche. El desagrado me lo produce la necesidad que siente Suau de hacer notorios los escrúpulos que le produce confesar que ha disfrutado con una novela escrita por un autor de caracterizado perfil conservador, columnista del ABC y de El Mundo, tertuliano de la COPE, verso libre de eso que su maestro Francisco Umbral llamaba “derechona” española; un escritor que hace gala, desinhibida y no pocas veces valientemente, de un linaje ideológico, moral y estético digamos que poco prestigioso. Las contorsiones retóricas que hace Suau para aplaudir la novela de De Prada sin malquistarse con un imaginario lector políticamente correcto me resultan penosas, y desde el punto de vista de mi idea de cómo debe comportarse un crítico, decepcionantes.
En su reseña, Suau remite a un extenso artículo de Santiago Alba Rico en Público, dedicado también a la novela de De Prada. Haciendo gala de todavía más escrúpulos que Suau a la hora de valorar positivamente el libro, Alba eleva la apuesta y no sólo introduce toda suerte de lamentables cláusulas atenuantes de las eventuales suspicacias que pudiera producir su juicio favorable –pensando él también en un imaginario lector políticamente correcto–, sino que aprovecha la ocasión para impartir un sorprendente sermón.
La retórica desplegada por Alba es inopinada: “¿Desde dónde leemos hoy una novela? ¿Qué es para nosotros, lectores voraces del siglo XXI, la literatura? Costó un largo esfuerzo histórico, de obra y de crítica, que se aceptase la política (‘ese pistoletazo en medio de un concierto’, según Stendhal) como legítimo objeto literario. Hoy, al contrario, parece difícil sacarla de sus entrañas; necesitamos cada vez más reconocer en los libros una constelación identitaria compartida, un mensaje claro acorde con los valores que defendemos en el mundo real. Pero eso no es literatura. La perfidia, la mala leche, el rencor, el odio, la crueldad son objetos literarios tan legítimos como el amor o la revolución; el placer de golpear indiscriminadamente el mundo hasta el esperpento forma parte inalienable de una de nuestras tradiciones literarias más fecundas y decisivas. De una novela no deberíamos poder decir nunca si es de izquierdas o de derechas, feminista o no, ecologista o menos; solo si es buena o mala. Como he dicho otras veces, la literatura no consiste en un combate contra el mal; consiste en un combate contra la mala literatura. Cuando leemos o escribimos tenemos que defender, sí, la buena literatura, y no la verdad o el bien, porque solo la buena literatura dice más cosas de las que quiere decir el autor y cosas también distintas de las que quiere oír el lector: entre ellas, a veces, la verdad y el bien”.
¿De qué demonios está hablando Alba? Si ha disfrutado leyendo las 800 páginas de La ciudad sin luz no tiene más que decirlo y explicar sus razones, contar y compartir su disfrute, como no deja de hacer en algunos pasajes de su artículo. Sin pedir perdón, sin exhibir triunfantemente su apurado forcejeo contra sus propios prejuicios, sin dar lecciones a ese “lector ideal” que él mismo dice representar a sus propios ojos.
Todo buen ciudadano lleva dentro a un fascista queriéndose escapar. No hay más que observarse a uno mismo en según que situaciones
Me pregunto si el carácter vergonzante de estas dos valoraciones de la novela de De Prada no constituye –con independencia de que la novela sea o no tan buena como pretenden– un indicio flagrante de los complejos de una crítica cada vez más desorientada –y desarmada– acerca del papel que pudiera adoptar en el escenario de la cada vez más enconada batalla cultural en la que, querámoslo o no, nos hallamos todos inmersos.
22.06.24
Alguien dijo –nunca he sabido con certeza quién– que todo hombre gordo lleva dentro a un hombre flaco queriéndose escapar. Me permito versionar este aserto de la siguiente manera: todo buen ciudadano lleva dentro a un fascista queriéndose escapar. No hay más que observarse a uno mismo en según que situaciones, reaccionando según cómo. Se me ha ocurrido pensar en esto al recibir de una amiga la siguiente cita, entresacada, al parecer, de una entrevista que le hiciera Natalie Ginzburg a Federico Fellini. Tratando de documentar la cita, veo que alguien la exhumaría recientemente en Instagram o cualquier otra red social, de ahí que, de un tiempo a esta parte, haya circulado mucho sin que me haya sido posible acreditar su fuente original. ¿Será apócrifa? Da lo mismo, ahí va: “El fascismo siempre nace de un espíritu provincial, de una falta de conocimiento de los problemas reales y del rechazo de las personas, ya sea por pereza, prejuicio, avaricia o ignorancia, para dar un significado más profundo a sus vidas. Aún peor, se jactan de su ignorancia y buscan el éxito para ellos mismos o para su grupo a través de la presunción, afirmaciones sin fundamentos y una falsa exhibición de buenas cualidades, en lugar de apelar a la verdadera capacidad, experiencia o reflexión cultural. El fascismo no puede ser combatido si no reconocemos que es simplemente el lado estúpido, patético y frustrado de nosotros mismos del cual debemos avergonzar”.
26.06.24
Presento en Barcelona la última novela de Rafael Gumucio, Los parientes pobres (Literatura........
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