Sobre el tiempo
Caminaba y sentí una presencia, una sombra a mi lado. Me giré y vi esa sombra. No existía. O, mejor, estaba en el interior de mi ojo. Acababa de nacer en él. Se trataba del humor vítreo, recién desprendido del fondo de mi ojo, que provocaba la visión de una serie de manchas, que ensuciaban todo aquello que miraba. En términos médicos se conoce a ese fenómeno, esas manchas flotantes, como moscas, si bien en mi caso las manchas habían adquirido la forma de telarañas. Eran telarañas inexistentes, oscuras, negras –antiguas, por lo tanto, como las telarañas copadas por el polvo que había en el altillo de la casa en la que nací, y que eran más viejas que yo–, movidas por un viento de tormenta inexistente, en el interior de mi ojo. Todo eso, claro, me lo explicó una doctora, que me atendió en urgencias, y me practicó una pequeña intervención, con láser, para que el corrimiento de vítreo no arrastrara en su alud a la retina. La doctora, en lo que resultó emocionante para mí, tenía la edad de mi hijo. Supongo que fue por eso por lo que, mientras me intervenía con seguridad y aplomo, sentí un profundo sentimiento de orgullo hacia........
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