Palabras... | Las setenta esquinas del laberinto
Palabras... | Las setenta esquinas del laberinto
A Eduardo Sanoja, de Venezuela.
A Abelardo Vidal, de Cuba.
14/11/2024.- Hoy llego a más de los setenta años y quisiera excusarme por no tener receta, ritual ni recomendación precisa que me facilitara aconsejar cómo hice para llegar hasta aquí, pues además nunca estuve pendiente de llegar a los setenta años, ni a menos ni a más. Seguramente, tampoco lo hubiese podido haber decidido yo exclusivamente, ya que deciden mayormente y con poder superior sobre los años de existencia de cada quien y de las naciones aquellos ignorantes de vivir que dirigen el sistema financiero mundial y su cerco de hambre de púa, quienes condicionan cómo debemos desvivir y cuánto cuesta agonizar o postergar la agonía, si así lo paga el cliente Disney. Acontecimiento este el de vivir, definitivamente sin igual de necesario y portentoso, a pesar de la tragedia ostentosa de las edades y del capital. Increíble, por cierto, esta alta longevidad, porque con tantos desmanes y trasnochos desolados, encrucijadas de dolores personales y sociales contra el cuerpo, y atrevimientos insólitos cuyo curso desliza el sedimento grasoso hacia la sangre, a uno le compete la decisión de dar por concebido que la suerte continua tiene forma de ternura. Adicionalmente, debo tomar en cuenta que hay cuerpos como el mío que han resistido y son dignos de haber sido amados durante toda la vida.
En cuanto al privilegio de haber paseado este cuerpo por medio mundo y no dudar ni desistir arriesgarlo en lo nocturno, bañándolo en orillados mares oscuros del Caribe o el Pacifico, o por los lados de ríos desbordados de historias como el Usumacinta, el Guanare o el Boa vista, y dejar el cuerpo ahí dormido de ebriedad en el lecho de la animalada, a la intemperie de epidemias de murciélagos, y a merced de la mala gente y de los bordes, ha valido la pena un trago mirando el Mediterráneo, las caídas de agua de Pyongyang, la Cascada del Vino vía San Pedro a Barbacoa o navegando sobre el Paraná, el Tigre, el Luján o el Orinoco, algún fin de año. Sí, valió la pena Antúnez, Los Teques, Caracas, Barranquilla, San Diego o Buenos Aires, Quito, Nicaragua, La Habana, y quizás por estas andanzas tenga que dar gracias a lo previo de algo que fue perdido. De esa manera, todo nos va determinando y nos contiene hasta ubicarnos en algún punto inexacto de la incongruencia. Así es el recuento, el encanto y la forma indescifrable de vivir, y pensar que a todos estos confines, multiplicidad de andares, junto a las millonésimas rayas blancas de las carreteras acumuladas en la mirada, todavía insisten en que eso no es sino la brevedad de la vida, no sé...
La filosofía de la alcurnia había corregido compitiendo al escribir reiteradamente lo mismo, cada vez que se refrescaba, con un nuevo sabio, que la vida es un paso ínfimo. Yo hoy y en esta era terciaria, sin ser tan cognitivo ni ejemplar, sin experimentalismos ni sumido en acuciosos laboratorios, pudiese también decirles que la vejez no es más que una gran distancia de la vida, donde se gana en el inicio y se desvanece en el inasible misterio de lo inevitable, nombrado, a veces, final de los finales. Que la piel, sujeta a los dolores y aciertos del corazón y el cerebro, aprieta los sentimientos según se vaya andando en el desequilibrio de lo que se nos ha dado en llamar el peligro de vivir. Que la vida no es otra cosa que asomarse y caerse en el tiempo, un salto largo en desafíos, muy sola y torpe en decisiones, y corta en alegrías, desde la madre desprendidos hasta la muerte, cuyo objetivo siniestro no es más que dejarnos fuera del espacio. Quién sabe, ojalá nos deje en la desclasificación etaria de algún otro universo.
Quizás con el pasar de la ingenuidad a lo mercantil, se fue reduciendo también la alegría de las edades, puesto que para los sistemas el trabajo es un caso fundamental, sobre todo cuando se hermana con la economía; si no, creen ellos, la sociedad se volvería una burda risotada cotidiana. A este mundo, pensando como los magnates, no se vino a perder el tiempo, porque es caro, es oro puro. Intuyo que hace muchas lunas, según el cuento de las mil y una acometidas transculturales contra la conciencia colectiva, la vida era más sabrosa, y mucho más atrás del exterminio indígena, que no cesa, donde la experiencia de los consejos de ancianos, que normaban la organización social, evitaba tales perjuicios, refiriéndose al futuro como a obsoletos dominios a ultranza respecto a que, al separar el ser de la naturaleza creían evitar la redundancia y los consabidos inicios de la división de clases por estas tierras ajenas, y ya no tan sagradas.
No obstante, la pequeña alegría de la flecha en paz era libre de contaminación sónica y más sabia, pero no distante de enemigos pintados de cebra vaciados en la historia de la pequeña y grande burguesía, porque entre todo lo ancestral pareciera que se comprendían juntos en el hecho mismo de la alegría, que ya había nacido comunal y, por lo tanto, horizontal. Sin pesares, sin embargo, y sin tantas malas respuestas. Ahora más que nunca. Aún en pleno centro de esta lucha dentro de un frasco de vidrio planetario, donde a nada renunciamos, podemos, si........
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