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Caraqueñidad | Las rockolas en peligro de extinción

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22.12.2025

Caraqueñidad | Las rockolas en peligro de extinción

Aunque el desamor y el despecho sigan vigentes

22/12/2025.- Esa noche salimos de la guardia de la sección de Deporte en el diario El Mundo, con risas por el infaltable chiste del siempre jovial Rafael “CC” Mujica, con sed para completar la alicorada jornada que habíamos iniciado gracias al contenido de la cantimplora de Olvin Villarroel, y con el itinerario trazado por los ya veteranos Carlos “Chigüire” Romero, Omar Hernández y Nelson Contreras, quienes convincentemente nos conminaron a oír la rockola de su bar preferido, el Equis Ve, como ellos llamaban al Luis XV, una cuadra más abajo del Ministerio de Educación, en pleno centro de Caracas.

Simón Piña y yo —para llegar a viejos— les cogimos los consejos. En un santiamén estábamos en el botiquín, entre luces de neón y un pesado ambiente por la mezcla de humo con olor a nicotina, mariguana y bazuco, que se colaba desde la calle donde fumaba un grupo de malvivientes que no lo disfrazaba ni el corneciervo del baño rancio.

Había varias mesoneras de pasada edad, el portu de la barra y el fondo musical de la rockola, dominado por Rocío Dúrcal, Juan Gabriel, varias rancheras, José Feliciano, Felipe Pirela y el impelable rey de las madrugadas y las soledades, el Ruiseñor de América, don Julio Jaramillo.

Para evitar el ratón, pedimos dos y dos y dos y dos más. Bien frías estaban. Con ese ambiente y las punzantes canciones, resultaba inevitable cortarse las venas por el despecho promovido en cada letra.

Empezamos a compadecernos de los demás antes que de nosotros mismos. Surgieron anécdotas y nombres. Recuerdo a Cáncer, como bautizamos —por tóxica— a una buenísima secretaria; su nombre real era el más bonito del zodíaco. Coño, carga loco al pana. Va a perder el matrimonio, porque el sobre de pago —se cobraba por taquilla semanalmente, nada de cuentas bancarias, pago móvil no existía— ya lo perdió. Entre canción y canción y entre birra y birra pasaba lento el tiempo. Una letra era más arrecha que la otra. Recuerdos y vivencias afloraban hasta que uno se acercaba a la barra o llamaba a las “muchachas” para que cambiaran monedas por fichas para darle rienda suelta a la rockola.

Cómo olvidar la 316-A. Esa era Costumbres, de Rocío Dúrcal. Sin dudas, la que más sonaba. Y empezaba la selección. Uno que otro merengue de esos muy malos para matizar la nota y dos birras más y más chismes y más cuentos de despechos.

Ahí, en ese sitio, nos agarró el madrugonazo del famoso 4F. Una pea histórica en una rockola para la eternidad.

Inocentes ignorantes

¿Qué íbamos a saber Simón y yo que estábamos ante uno de los más perfectos inventos del hombre en el que se aliaron la electricidad, la música, la industria discográfica, incluyendo la distribución, el despecho y el aguardiente? Solo sabíamos de eso último. El Equis Ve se volvió nuestro antro favorito. Ya uno se sabía de memoria los códigos de las canciones que debíamos seleccionar para amenizar los cuentos y los dolores del alma por las irreparables pérdidas de novias serias y de amantes insaciables. Por supuesto, había rockolas en todos los botiquines de Caracas, pero ese era especial.

Imposible que supiéramos que luego de varios intentos por replicar de manera automatizada algunas canciones en una caja de sonido, en noviembre de 1887 se oficializó la jukebox, el máximo invento para deleitar el oído con música grabada.

Le antecedían —luego fueron competencia— las pianolas, vitrolas y el tonophone de la Wurlitzer —fabricante de instrumentos musicales—, pero estos aparatos no tenían ni la variedad ni la calidad del........

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