El pisco sour no viola
En Chile, ser mujer es un desafío. A lo largo de la historia, nuestro rol ha sido relegado a la invisibilidad, encasillado en ser madres, dueñas de casa, cuidadoras, empleadas. Oficios no reconocidos, confinados al hogar, como si nuestro valor dependiera solo de estar en las sombras.
Y hoy, en pleno siglo XXI, aunque hemos logrado avances significativos, la realidad no ha cambiado tanto como debería. Ahora somos madres trabajadoras, sí, pero seguimos sin garantías. La ley 21.645, que supuestamente protege la paternidad y la vida familiar, se aplica solo si la jefatura de turno lo decide. Quedamos sujetas a su juicio, a su capricho, a una interpretación que casi nunca nos favorece.
Mientras tanto, la figura del hombre sigue intocable: trabajador, proveedor, elogiado por su compromiso, admirado por su inteligencia. No se le cuestiona si sale tarde, si tiene otras prioridades. No se le acusa, ni se le observa con lupa. Pero nosotras… nosotras caminamos sobre una cuerda floja, cada paso puede ser motivo de críticas, de juicios, de miradas que evalúan si somos demasiado serias, demasiado risueñas, demasiado ingenuas, demasiado algo.
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