De los polvos atómicos de Hiroshima y Nagasaki a los pantanos geopolíticos hegemónicos de EEUU
Las soberanías nacionales y soberanías sanitarias como espacios en disputa geopolítica, geoeconómica y de guerra cognitiva de los pueblos
Las detonaciones atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 no solo marcaron el final formal de la Segunda Guerra Mundial, como corolario de la rendición de Alemania (Berlín) en julio de 1945, ante las tropas soviéticas aliadas, históricamente además de la masacre estadunidense al pueblo japonés, inauguraron un nuevo momento histórico de deshumanidad y deshumanización de la guerra: la era del poder destructivo absoluto, del chantaje nuclear y de la reorganización del orden mundial bajo una hegemonía emergente imperial genocida y de guerras permanentes como su razón de ser, para crecer económica e industrialmente. De aquellas nubes radiactivas surgió un nuevo entramado institucional, político y económico que prometía paz, dignidad, respeto, esperanza, solidaridad, cooperación y derechos universales, pero, en la práctica, consolidó profundas asimetrías de poder y dominación hegemónica imperial. Ese es el contexto donde nacen tanto la Organización de las Naciones Unidas (ONU), como la arquitectura hegemónica del capitalismo occidental y su agenda hegemónica oculta, liderada por Estados Unidos: de ahí la famosa frase del Che Guevara en la ONU en los inicios de la década de los 60 y de la Revolución Cubana, en el siglo pasado, al imperialismo y capitalismo, “ni tantito así” expresando con los dedos de su mano una mínima expresión.
La fundación de la ONU en 1945 se presentó como una respuesta ético-moral y civilizatoria frente a la barbarie de la guerra. Sus principios fundacionales: la paz, la autodeterminación de los pueblos, la soberanía de los Estados, la cooperación internacional y la defensa de los derechos humanos, expresaban una aspiración colectiva legítima. Sin embargo, desde su origen, la ONU quedó transversalizada por una contradicción estructural, mientras proclamaba la igualdad soberana de las naciones, institucionalizaba un sistema jerárquico de poder a través del Consejo de Seguridad y el derecho a veto de las potencias vencedoras, en particular de Estados Unidos. Así, la legalidad internacional nació subordinada a la correlación de fuerzas geopolíticas desiguales y asimétricas.
Paralelamente EE.UU, desplegó su agenda oculta hegemónica geoestratégica y geoeconómica orientada a modelar el orden mundial capitalista bajo su liderazgo. La creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial no fue un acto neutral de cooperación financiera, sino la instauración de mecanismos de disciplinamiento e imposición económica global. A través de estos organismos, se promovió un modelo de crecimiento económico y progreso lineal, basado en la liberalización de mercados, democracias representativas liberales y la dependencia financiera de las economías del Sur Global, así como la subordinación de los Estados Nacionales a las lógicas del capital transnacional.
El Plan Marshall, presentado como una estrategia solidaria para la reconstrucción de Europa devastada por la guerra, cumplió una doble función: reactivar las economías europeas y al mismo tiempo, asegurar su alineamiento político-militar con Washington, cerrando el paso a proyectos socialistas o autónomos. Esta reconstrucción económica estuvo acompañada por la consolidación de la Organización del Atlántico Norte (OTAN), alianza militar que, bajo el discurso de la defensa aliada, se convirtió en un instrumento de expansión geopolítica y contención........© Aporrea





















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