El pirata anaranjado, su parche en el ojo y el secuestro del Skipper…
«Cuando la fuerza suplanta al derecho, el crimen se disfraza de orden.»
MONTESQUIEU
El Bohemio estaba más cargado que de costumbre. No de humo sino de una electricidad rara, como cuando alguien sabe que va a decir algo que incomoda incluso a los que ya están incómodos. Anacleto llegó sin saludar, se sentó a mi lado, dejó el portafolio en la silla y pidió un café doble, sin azúcar. Jamás azúcar cuando el tema es amargo. «Camaritas» dijo sin preámbulos, «hoy no vamos a hablar de ideologías. Hoy vamos a hablar de algo más elemental: ¿quién se pone el parche en el ojo?, ¿quién tiene derecho a tocar lo que no es suyo en alta mar?»
El boticario levantó la ceja. El estudiante cerró el cuaderno. El viejo periodista ajustó los lentes. Todos sabían que cuando Anacleto empezaba así, no venía metáfora ligera, sino disección. Sin pausa, pero sin apresurarse, Anacleto continuó con una acidez que cortaba el aire: «Les plantearé dos actos que parecen el mismo. Dos barcos, dos cargamentos, dos países señalados con el dedo por el mismo imperio. Y, sin embargo, solo a uno le llaman ‘piratería’. Adivinen a cuál.» El pichón de periodista quiso decir algo, pero Anacleto lo atajó diciendo: «Hace unos días Estados Unidos anunció con fanfarria la "incautación" del buque "Skipper", cargado con casi dos millones de barriles de petróleo venezolano, en el mar Caribe. No en su mar; no en su costa; en ‘aguas internacionales’ saliendo al Atlántico, frente a Trinidad y Tobago, esas que no son de nadie y, por eso mismo, son de todos. Lo abordaron, lo tomaron, se lo llevaron, y lo llamaron "lucha contra el narcotráfico". Es decir, declaran los océanos del mundo como el ‘jardín trasero de su ley doméstica’, y están enviando un mensaje en clave Morse que todos los capitanes del mundo entienden: ‘Cualquier barco que comercie con nuestros enemigos designados es un barco fantasma. Y los fantasmas… los hacemos desaparecer’.» Hizo una pausa breve, de esas que no piden silencio, sino que lo imponen. «Paralelamente, y casi al mismo tiempo, Irán detuvo un carguero en sus aguas territoriales del Golfo Pérsico, con seis millones de litros de diesel de contrabando. Lo hizo bajo su ley, con una orden judicial de su sistema, alegando un conflicto legal privado por daños y perjuicios. Es decir, usó el andamiaje, aunque sea discutible, del Derecho. Puede que sea un derecho hostil, puede que sea una represalia, pero se vistió con la toga. Una toga rasgada, pero toga al fin». El viejo periodista, que siempre escucha más de lo que dice, aprovechó la pausa de Anacleto e intervino con la voz ronca: «¿No tienen los gringos algún as bajo la manga para justificar esa acción unilateral?» «Me explico…» prosiguió Anacleto, guiñándole un ojo a su colega: «cualquiera con memoria jurídica básica sabe que abordar unilateralmente una nave en alta mar, sin consentimiento del Estado de bandera ni mandato multilateral, no es una operación: es una infracción grave del derecho internacional marítimo. La Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar no es literatura decorativa. Es ley. Y la ley dice que solo hay excepciones claras: piratería probada, trata de personas, transmisión ilegal no autorizada… y aun así, bajo procedimientos muy estrictos.» Hizo una pausa, para dejar que la comparación de ambos actos calara. Encendió un cigarrillo y el fósforo crepitó como un código Morse diminuto. «’La justicia es la necesidad de una época’, decía Dumas. Y la necesidad del imperio es el petróleo. No busquen legalidad en un acto de bandidaje, camaritas, no existe. Cuando un país, por muy poderoso que sea, aborda una nave en aguas internacionales sin una resolución clara, sin consentimiento del Estado de bandera y sin prueba de una amenaza inminente a la paz mundial, eso tiene un solo nombre: secuestro. Es una violación flagrante del derecho del mar. Es, de hecho, un........





















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