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Adiós a Occidente

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02.08.2024

Marco referencial: fascismo y sionismo

El asunto de la decadencia política de Occidente no es nada nuevo; de hecho, se ha venido ventilando en numerosas obras históricas y filosóficas desde hace muchas décadas (La decadencia de occidente de Spengler y Masa y poder de Canetti, son sólo dos de ellas) sobre todo desde que aparecieron las dos primeras Guerras Mundiales en el siglo XX, los cimientos morales de un buen número de países europeos comenzaron a resquebrajarse. Aunque fueron propiciadas por Europa, tuvieron una resonancia en todo el mundo, llegando a su cúspide con el bombardeo atómico en Japón por parte de Estados Unidos, un país que decidió ir contra el régimen fascista de Alemania. Más allá del odio declarado de Hitler contra judíos, franceses o ingleses, estas guerras dejaron profundas heridas en Europa y el mundo, que aún no han cicatrizado.

Ha transcurrido más de un siglo desde la Primera Guerra Mundial. Ahora las cosas, en vez de irse superando, parece que empeoran. A partir de los años sesentas, movimientos socialistas, psicoanalistas, marxistas, contraculturales y comunitarios, --y numerosos filósofos— realizaron severas críticas al ascenso de un capitalismo voraz que intentó implantarse en el mundo occidental a toda costa, generando por contraparte una toma de conciencia histórica desde una perspectiva cultural, donde ingresaron expresiones del arte y la literatura, y a la postre iniciarían una revolución cultural en el siglo XX desde los diversos movimientos de vanguardia y un pensamiento universitario vigoroso, presentes en numerosas expresiones posmodernas de principios del siglo XXI.

Mientras, en el seno de las universidades se hacían esfuerzos para inculcar a los estudiantes un pensamiento crítico, un discernimiento libre y una creatividad que impregnaran a los ciudadanos de una sensibilidad y un pensamiento, más allá de los conceptos básicos del capitalismo como "libre mercado", "mercado de trabajo" o "éxito personal", propiciados por la publicidad y la cultura de masas. Cuando todo ello empezaba a lograrse, fueron asestados duros golpes políticos a un buen número de gobiernos progresistas del mundo, sobre todo en América Latina y África, apoyados constantemente por gobiernos de Estados Unidos (Reagan, Kennedy, Nixon, Clinton, Bush, Obama, Trump, Biden) de hecho, el país del norte acentuó y sigue intentando la aplicación de la Doctrina Monroe a través de los llamados "golpes suaves" y "revoluciones de color", mientras en América Latina décadas más tarde en el siglo XXI se organizan como respuestas movimientos de izquierda nacionalista que intentarían posicionarse en países como Brasil (Lula Da Silva), Bolivia (Evo Morales), Ecuador (Rafael Correa), Venezuela (Hugo Chávez), Argentina (Néstor Kirchner), Cuba (Fidel Castro); en Estados Unidos (Martin Luther King y Malcolm X fueron asesinados, precedldos por Abraham Lincoln); en fin, se crearon nuevos estamentos internacionales, bancos, organizaciones y vínculos con países no occidentales basados en doctrinas de paz.

De súbito, y ante la posibilidad de que estos gobiernos progresistas pudieran tener continuidad en el tiempo a través del voto, reaparecen personajes de la derecha fascista internacional que, afincada en una población iletrada e inculta, basa sus contenidos en aquello que se desprende de las llamadas "redes sociales", esto es, medios de comunicación saturados de información visual en forma de fotos, videos, memes, falsos positivos, bulos y toda clase de figurillas e imágenes preconcebidas, bien sembradas en dispositivos mediáticos, producidas por una cultura de masas que intenta pulverizar la cultura popular y la cultura tradicional, simultáneamente.

De la "culta Europa" hemos bebido por siglos filosofía, artes, letras, cine, historia en general. Copiamos sus modelos legislativos, ejecutivos, parlamentarios y finalmente económicos. El modelo económico, pienso, ha sido el más letal, apoyado por la bancocracia internacional, una bolsa de valores manejándose al ritmo de un sistema monetario cuyo centro es el dólar y nos hace económicamente dependientes de una supuesta "comunidad internacional".

Las riquezas energéticas, minerales e hídricas, pulmones vegetales, mares y ríos: todo pasa a ser dependiente de esta economía monstruosa, basada en la acumulación de capital, y éste capital a su vez es dirigido hacia fines fundamentales: primero, el ideológico; luego, el bélico. El ideológico difundido por medios de masas y el bélico para intimidar a naciones pacíficas, utilizando el miedo y el chantaje. Todo ello aderezado con los ingredientes de una "cultura" indiferenciada que recibe el calificativo de "global", es decir, una cultura neutra invocada bajo el signo de una vaga universalidad, que desconoce los rasgos culturales propios de cada continente o país, ejerciendo así un solapado racismo. A menudo, la discriminación racial y social se ejerce mediante recursos sutiles y desde las mismas instituciones, que reconocen sobre todo valores, costumbres y usos del occidente europeo de raza blanca, impulsado desde prototipos de civilidad, educación refinada, buen gusto: mientras pueblos con otras características son considerados atrasados o inferiores.

Esto vale también para los cánones educativos, penetrados de formas culturales y métodos de aprendizaje occidentales, donde ingresan elementos de tipo espiritual o religioso (como la Iglesia calvinista, por ejemplo) pasando así a reforzar la imagen omnipotente de un Estado vigilante de los mínimos actos del individuo o ciudadano, quien es, justamente, el sujeto definitorio de la convivencia civilizada. Si tal individuo desapareciera, lo haría también el concepto de sociedad. Hoy por hoy podemos decir que nos dirigimos, bajo estos moldes, a una noción de individualismo egoísta dentro de un modelo que hemos llamado "competitivo", tan difundido por países "potencias", siempre resguardados bajo un concepto de supremacismo cultural.

Sin........

© Aporrea


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